Escrito por Raúl Auth Caviedes.*/

La  exhumación se considera una profanación inaceptable en la mayoría de  las culturas y solo se admite al ser dispuesta legalmente Se valora como  un derecho básico dar una sepultura digna a los muertos. El caso  chileno de remoción masiva de los restos de los detenidos desaparecidos y  de ejecutados políticos de la dictadura fue un acto brutal y  despiadado. Constituyó una demostración máxima de ultraje a las víctimas  y a sus familiares ejecutado por agentes del Estado, fríamente  planificada. No parece existir en la historia un acontecimiento  semejante, solo podría equipararse a la sistemática incineración de los  cuerpos en los campos de concentración de la Alemania nazi. Primó en la  mente del dictador el asegurar la impunidad para él y sus subalternos,  “mis hombres”, como él solía decir. Su racionamiento fue que no se podía  configurar un delito si desaparecían definitivamente los cuerpos. Sus  frustrados estudios de abogacía y su restringido criterio lo llevaron a  proceder de esa forma. Al actuar en esta tenebrosa manera, acentuó su  desprestigio internacional, lo cual influiría en su contra cuando fue  detenido en Inglaterra en octubre de 1988. En cierto modo, Augusto  Pinochet fue un “revolucionario” de la práctica de las exhumaciones, así  como Heinrich Himmler en la “solución final” para exterminar a los  judíos.. Esta carencia total de conmiseración hacia sus víctimas lo hizo  adjudicarse un lugar privilegiado entre los más crueles dictadores, a  la altura de Hitler, Stalin o Pol Pot, superando por lejos a sus  similares latinoamericanos. Por ello su recuerdo continúa siendo  traumático.
Casos de exhumación masiva en la historia actual se han realizado  para desvelar escenarios de masacres condenadas internacionalmente. En  1943, los alemanes efectuaron una exhumación masiva en el bosque de  Katyn. Allí habían sido enterrados en fosas comunes más de 4.000  oficiales e intelectuales polacos masacrados por los soviéticos por  orden de Stalin. Los germanos propiciaron un estudio internacional  forense para demostrar la autoría de la URSS y producir un quiebre en  los aliados en un momento en que Alemania veía perdida la guerra. La  maniobra no resultó al considerar Inglaterra y Estados Unidos que era  mejor ignorar el repudiable crimen masivo realizado por su aliado. En  1944, los soviéticos volvieron a exhumar los restos para intentar  demostrar que estos polacos habían sido asesinados por los alemanes.  Sólo al desaparecer la URSS, las nuevas autoridades rusas dieron a  conocer la realidad de lo sucedido.
Otro caso de exhumación masiva se ha hecho en Bosnia-Herzegovina  durante 2004 y 2005, producto de la masacre de bosnios musulmanes de  Srebrenica en 1995. Allí han sido removidos miles de cadáveres  enterrados por los serbios en múltiples fosas. Más de 2500 víctimas han  sido identificadas y enterradas formalmente. El penoso trabajo de  identificación continúa aún en la actualidad y se estima que demorará  varios años.
Barbarie en Lonquén.
A escasos días después del golpe militar se desató una oleada de  violencia y muerte sobre los campesinos a lo largo del país. Los  afectados por la reforma agraria vieron en la caída del gobierno de la  Unidad Popular la ocasión propicia de venganza al constatar el estado de  indefensión absoluta de los campesinos. Las nuevas autoridades, en vez  de cautelar su integridad, instaba a su asesinato y participaban en  ello. Mayor confianza aún les daba la abstención de los tribunales de  justicia para impedir su criminal acción. Entró a regir el terrorismo de  Estado violando el derecho fundamental a la vida de los partidarios del  gobierno depuesto. Las fuerzas armadas y carabineros, en vez de cumplir  su rol de garantes de la seguridad pública, ejercieron el papel de  sádicos verdugos. La vida humana fue depreciada a un grado inverosímil  La extrema derecha quiso dar una lección para que “nunca más” los  campesinos pretendieran arrebatarles las tierras a los hacendados. Un  ejemplo de este desamparo ocurrió en Osorno, el 18 de septiembre de  1973, cuando trece personas, durante el toque de queda, fueron  aprehendidas por carabineros quienes las entregaron a un grupo de  civiles que ocultaban su identidad utilizando gorros pasamontañas. Éstos  las trasportaron en un camión hasta el río Pilmaiquén, en donde se les  obligó a formarse contra la barrera del puente y se procedió a  ultimarlas fríamente, disparándoles a quemarropa. Como cada verdugo se  encargaba de una de las víctimas, al que le correspondía la alcaldesa de  Entre Lagos, Blanca Ester Valderas, le falló el arma, circunstancia que  ella aprovechó para lanzarse al río y tuvo la fortuna de no recibir  ningún impacto de la lluvia de balas disparada por los victimarios  cuando se encontraba en el agua. La bienaventurada Blanca se escondería  prudentemente por largo tiempo, entregando después irrefutable  testimonio como testigo presencial del múltiple asesinato. Otro  representativo ejemplo de conducta criminal de carabineros fue la  actuación del capitán Adrián Fernández y del sargento Eliseo Águila, de  la Comisaría de Rahue, que ejecutaron sin miramiento alguno a varios  campesinos y a dirigentes de la Unidad Popular en las semanas siguientes  al golpe militar.
En este nefasto contexto, el 7 de octubre de 1973, once obreros  agrícolas fueron arrestados por una patrulla de carabineros de la  tenencia de Isla de Maipo, a cargo del teniente Lautaro Castro Mendoza, y  transportados en una camioneta perteneciente al dueño del fundo donde  se encontraban las casas de los detenidos. Inicialmente se detuvo a  cinco miembros de la familia de Sergio Maureira Muñoz (el padre y sus  cuatro hijos), después a Enrique Astudillo Rojas y sus dos hijos y, ya  en la noche, a Oscar Hernández Flores y sus dos hermanos. En la  detención, los carabineros actuaron con inusitada brutalidad,  registrando las habitaciones y aterrando a las familias. Además, en la  plaza del pueblo, fueron detenidos cuatro jóvenes, Miguel Brant, Iván  Ordóñez, José Herrera y Manuel Navarro. Los detenidos fueron paseados  por las calles del pueblo amarrados y tendidos sobre el piso de la  camioneta y parados sobre ellos los carabineros, con el evidente  propósito de amedrentar a la población. A la una de la mañana del día 8,  fueron conducidos a Lonquén, al predio de la Cooperativa Agrícola El  Triunfador, a 14 kilómetros de Talagante, en donde se hallaban dos  hornos de unas minas de cal abandonadas. Allí se les hizo bajar del  vehículo y, en un frenesí desbocado de odio y salvajismo, golpeados  hasta morir, según se confirmaría en un análisis de los restos hechos  varios años después en Estados Unidos, que aseguraría que la muerte  había sido producto de “lesiones traumáticas contundentes”.  Posteriormente sus cuerpos fueron introducidos en uno de los hornos,  procediendo luego a tapiar su entrada. Se presume que algunas de las  víctimas aún se encontraban con vida. Tenían entre 17 y 51 años. Al día  siguiente los familiares fueron informados en la tenencia que los  aprehendidos habían sido llevados al Estadio Nacional para ser  interrogados. Concurrieron a ese recinto deportivo, pero allí se les  dijo que no existía registro de su ingreso. En el SENDET les comunicaron  que la entidad “no tenía ni había tenido nunca información sobre ellos”  Desde ese día pasaron a la condición de detenidos-desaparecidos. La  brutal actuación de estos carabineros aparece tan insensata e inútil  dado que aquellos modestos campesinos no eran una amenaza para nadie. El  gobierno militar había controlado la situación en muy pocos días y esta  abominable matanza ocurrió casi un mes después del golpe de estado
Pasaron cinco años sin tener datos sobre estos infortunados  trabajadores agrícolas, pese a los denodados esfuerzos de sus familiares  para encontrarlos. El ministro del Interior, Sergio Fernández, en mayo  de 1978 había declarado deshonestamente sobre las denuncias de los  familiares de los detenidos desaparecidos, incluidos los de Isla de  Maipo “Es muy factible que la gran mayoría de los presuntos  desaparecidos haya pasado a la clandestinidad o hayan caído en  enfrentamientos bajo las identidades falsas que portaban, impidiendo su  individualización”. Seis meses después su cínica posición quedaría  implacablemente desvirtuada por la realidad. A mediados de noviembre de  1978, un anciano cuyo hijo había desaparecido después de ser capturado  por agentes no identificados, lo buscaba incesantemente en la zona de  Talagante. Acogiendo rumores que circulaban entre la gente del lugar,  encontró los cuerpos en descomposición de varias personas en los hornos  abandonados de la antigua mina de cal en Lonquén. Después de meditarlo  mucho, valerosamente llevó la espeluznante información de su hallazgo a  la Vicaría de la Solidaridad. El sacerdote Cristián Precht y el abogado  Javier Luis Egaña comprobaron en el terreno el aterrador descubrimiento,  pero postergaron la denuncia hasta después de terminado el Simposio  Internacional sobre Derechos Humanos que se desarrollaba esos días en  Santiago. No se atrevieron a hacerlo durante el curso reunión  internacional, por temor a que el gobierno calificara la revelación como  una traidora maquinación en contra del gobierno militar.  Consecuentemente, el 30 de noviembre, cinco días después de finalizado  el Simposio, la plana mayor de la Vicaría, encabezada por el obispo  Enrique Alvear, acompañada del abogado Máximo Pacheco y de los  periodistas Jaime Martínez y Abraham Santibáñez de las revistas Qué Pasa  y Hoy visitaron el lugar de la masacre. Encontraron los restos de los  15 detenidos en Isla de Maipo en uno de los hornos abandonados, cuya  chimenea se encontraba se encontraba bloqueada por una masa de hierros y  enrejados que ocultaban una mezcla de osamentas humanas, ropa, cal y  piedras La cal no había alcanzado a ejercer la acción destructora que  esperaban los verdugos.
El 1° de diciembre de 1978 se efectuó la denuncia formal ante el  presidente de la Corte Suprema, Israel Bórquez, quien nombró a la jueza  del crimen de Talagante, Juana Godoy, quien, el 6 de ese mes, por  acuerdo del Pleno de la Corte Suprema sería reemplazada por el juez en  visita de la Corte de Apelaciones de Santiago, Adolfo Bañados Cuadra,
La versión del entonces capitán Castro ante el juez Bañados fue de  caracteres tan absurdos e inconsistentes que el magistrado la declaró  “intrínsicamente inverosímil”. Relató Castro al juez: “Carabineros el 8  de octubre de 1973, alrededor de las 01.00 horas, trasladaban a los  detenidos al Estadio Nacional. Deteniéndose en Lonquén, porque uno de  los detenidos habría comunicado que en esa mina abandonada del área  existía armamento oculto. En ese lugar bajaron los detenidos y mientras  caminaban en dirección a los hornos, se produjo un ataque con armas de  fuego desde los cerros cercanos contra la totalidad del grupo. Como  resultado de dicha acción habían resultado muertos la totalidad de los  detenidos, sin producirse bajas en los uniformados. Ante el temor de  represalias por parte de los familiares de las víctimas, el oficial a  cargo decidió ocultar los cadáveres en los hornos abandonados”. El juez  Bañados fue lapidario en desvirtuar lo dicho por el capitán Castro,  expresando en su dictamen: “La versión para tratar de explicar la muerte  de los prisioneros no sólo se contrapone al mérito de los autos en  múltiples aspectos y detalles, en particular, al número, desde luego, al  número de víctimas, sino que resulta intrínsicamente inverosímil (…) en  ninguno de los restos se comprobó señales de perforaciones, fracturas u  otro tipo de vestigios que pudieran relacionarse con proyectiles de  armas de fuego impactando en un organismo vivo, por lo que la causa de  muerte de las quince personas hay que atribuirla a otra causas” “En  ninguno de los quince restos esqueléticos estudiados por el Instituto  Médico Legal, se comprobaron señales de perforaciones que pudieran  relacionarse con proyectiles de arma de fuego impactando un organismo  vivo, por lo que la muerte de las quince personas hay que atribuirlas a  otras causas”. Bañados, luego de precisado lo ocurrido, el 4 de abril,  se declaró incompetente, pasando el caso a la Justicia Militar.
El fiscal militar, Gonzalo Salazar, encargó reos a los funcionarios  de carabineros en calidad de “autores de delito de violencia  innecesaria, causando la muerte”. El proceso fue inusualmente breve  sobreseyéndose el 16 de agosto de 1979 mediante la aplicación de la ley  de amnistía 2.191 de 1978 a la cual habían recurrido los reos. La Corte  Marcial confirmó la resolución absolutoria el 22 de octubre de 1979
El director del Instituto Médico Legal, Claudio Molina Fraga, hizo  todo lo posible para minimizar lo ocurrido a los campesinos de Isla de  Maipo cuando fueron llevados al IML. Este psiquiatra, enfrentado a la  disyuntiva de cumplir cabalmente con las obligaciones de su cargo o  encubrir la acción genocida de la dictadura, optó por esto último. No  precisó que las víctimas habían fallecido a causa de lesiones  traumáticas contundentes, lo que sería demostrado en nuevas autopsias  realizadas en Texas. Además, contravino la orden del fiscal militar, en  orden a entregar los restos a los familiares que los esperaban en la  iglesia Recoleta Franciscana el 12 de septiembre de 1979. En horas de la  madrugada, personal del IML, obedeciendo sus instrucciones, los llevó  al cementerio de la Isla de Maipo para ser sepultados en una fosa común.
En 1980, el nuevo propietario del fundo Lonquén, partidario de la  dictadura, hizo dinamitar los hornos para evitar que el lugar continuara  siendo lugar de peregrinaje de parientes y amigos de los 15 asesinados
En el 2006, los restos fueron exhumados y enviados al Health Science  Center de la Universidad de Texas. Este laboratorio, en febrero de 2010,  entregó la identificación de 13 de los 15 detenidos a los abogados de  los familiares de los asesinados en Lonquén. El 28 de marzo del 2010 se  celebró el funeral solemne en el Cementerio Parroquial de Isla de Maipo  Así se cerró este horrendo episodio de la dictadura.
Exhumación masiva. Operación retiro de televisores.
El descubrimiento de cadáveres en los hornos de Lonquén produjo  espanto mundial, pero fue bastante acallada por los medios en Chile.  Ante la indesmentible ocurrencia de la masacre, Pinochet tuvo la opción  de dar a conocer dónde se encontraban los cuerpos de los asesinados en  otros sitios del país, como lo pedía la Iglesia, o persistir en su  negación de los crímenes y que, con el inexorable paso del tiempo, todo  fuese olvidado. Aún cuando confiaba en permanecer en el poder hasta su  muerte, como Francisco Franco, quiso tomar precauciones para garantizar  su impunidad. Si algo salía mal, podría atribuir la responsabilidad a  los diferentes comandantes jurisdiccionales como lo había hecho en el  caso de la “caravana de la muerte”. Consiguientemente, optó por hacer  desaparecer definitivamente todos los restos de las víctimas de su  régimen. Según su creencia, sin existencia de cuerpos no podría  acreditarse delito alguno y los eventuales procesos deberían ser  sobreseídos. A fines de 1975, había ya ordenado la exhumación masiva de  los 26 ejecutados en Calama de la comitiva de Arellano Stark ante la  eventualidad que sus familiares los encontraran. Esto era altamente  probable dado que los buscaban incansablemente en el desierto debido a  la información de un minero de haberlos casualmente ubicado. Mediante un  criptograma había mandado desenterrarlos y, envueltos en sacos, ser  lanzados al océano desde un C 47 de la FACH Esta exhumación fue como un  modelo previo de lo que iba a ocurrir a lo largo del país con los restos  de los desaparecidos. Pinochet, en las postrimerías de 1978 se  encontraba ensoberbecido debido a que durante ese año había logrado  imponer su criterio en varios importantes conflictos. Pese a la  oposición de Leigh, Merino, Alessandri, el contralor Humeres, González  Videla y la mayoría de la Conferencia Episcopal, había impuesto la  realización de la consulta de enero para descalificar la condena de la  ONU por violación a los derechos humanos y darse cierta legitimidad en  el poder en un seudo acto eleccionario En abril había promulgado la ley  de amnistía que aseguraba impunidad a los crímenes cometidos desde 1973.  El otro éxito fue el desembarazarse del general Gustavo Leigh,  destituyéndolo de la Junta de Gobierno. No le temía a la posibilidad de  guerra con Argentina dada su gran afinidad con el general Videla y su  acción conjunta en la operación Cóndor. Su megalomanía, aflorada en  1973, iba en creciente aumento Así, un endiosado Pinochet,  considerándose omnipotente (te crees Dios le increpaba Leigh), a finales  de 1978, envió a todas las unidades militares del país el criptograma  categoría A-1 – máxima urgencia- bajo su nombre, ordenando desenterrar  los cuerpos de prisioneros políticos ejecutados en la jurisdicción del  regimiento respectivo y hacerlos desaparecer. La disposición amenazaba  con “pasar a retiro” a cualquier comandante de regimiento si, después de  la orden de limpieza, en su jurisdicción, se descubrían cuerpos de  desaparecidos. Se denominó “operación de retiro de televisores” Con esta  despiadada acción, Pinochet desaprovechó la oportunidad de atenuar el  pesar de los familiares al permitir darle sepultura a sus deudos. Si  hubiese actuado con humanidad habría facilitado la reconciliación, pero  primó el intento quedar como inocente de los crímenes que eran de su  directa responsabilidad. Se insistió en la versión que habían muerto en  enfrentamientos y retirados por sus compañeros para sepultarlos o bien  que habían abandonado clandestinamente el país. Inverosímil subterfugio  que ahondaba el sufrimiento y resentimiento de los familiares. Pinochet y  sus asesores creían que, si se encontraban algunos pequeños restos  dispersos y mezclados, iba a ser imposible la identificación debido al  paso de los años y la consiguiente degradación. Sin embargo, el rápido  avance tecnológico mediante el ADN mitocondrial, nuclear y del cromosoma  sexual masculino (Y) en dientes y huesos haría posible tal  identificación en laboratorios internacionales altamente especializados.
Pese a que todos los antecedentes acreditaban sin lugar a dudas la  autoría de las fuerzas armadas y carabineros de la acción genocida  agravada por la exhumación masiva, éstos negaron recalcitrantemente su  participación. El pacto de silencio no se quebrantó hasta la celebración  de la Mesa de Diálogo en 1999. Paradojalmente, quien precipitó este  reconocimiento fue el propio Pinochet. Los uniformados se vieron  forzados a participar en dicha Mesa para apoyar su retorno desde  Londres. Era preciso demostrar al mundo que los uniformados chilenos  estaban llanos a colaborar para que en Chile hubiese verdad y justicia.  Lo difícil e ingrato para los militares fue el reconocer su conducta  criminal que habían calificado como calumnias de los marxistas y que  cientos de veces habían rotundamente negado El general ® Jorge  Ballerino, estrecho asesor de Pinochet, graficaría la situación diciendo  “caímos en una trampa” . Es evidente que esto nunca hubiera ocurrido si  Pinochet no hubiese sido detenido en Londres. Esto explica las  descalificaciones y manifestaciones de odio hacia el juez Garzón por  parte de los generales® Garín, Villarroel, Cortéz-Villa y del coronel ®  Labbé y las acusaciones que el gobierno de Frei Ruiz-Tagle no defendió  apropiadamente el honor de la patria tan gravemente agraviado.
Ejemplos emblemáticos de exhumaciones ilegales.
Los mártires de La Moneda.
El 11 de septiembre acudieron al palacio presidencial los asesores,  funcionarios, varios médicos y algunos miembros del GAP que lograron  arribar a la Moneda El grupo estaba conformado por miembros del GAP y  por destacados profesionales, asesores del presidente Allende, cuyo  anhelo era proporcionar a los más desvalidos una vida digna en un mundo  más igualitario, solidario y justo. Ese fatídico 11 de septiembre, los  sobrevivientes de La Moneda abandonaron el palacio embargados de  desgarrador dolor por la muerte del presidente Allende, pero con  admiración acrecentada por su heroica conducta Al salir a la calle  Morandé, se vieron enfrentados a la amenaza de un oficial que pretendía  pasar su tanque sobre sus cuerpos, lo cual fue evitado por el general  Javier Palacios. Por orden de este oficial fueron liberados varios  médicos. En la tarde fueron llevados al regimiento Tacna los GAP y los  asesores Jaime Barrios, gerente del Banco Central, Eduardo Paredes,  Enrique París, Sergio Contreras, Enrique Huerta, Daniel Escobar, Claudio  Jimeno, Georges Klein, Héctor Pincheira y Arsenio Pupin . Allí serían  víctimas del trato más vil y degradante posible de imaginar por parte de  miembros del Ejército, cuyo comportamiento mancillaría a la Institución  Fueron cruelmente torturados, pisoteados, permanentemente golpeados y  reiteradamente avisados que iban a ser ejecutados. Incluso un sacerdote  les ofrecía la extremaunción, que consta fue categóricamente rechazada  por el doctor Enrique París, destacado miembro del Consejo Superior de  la Universidad de Chile Los responsables fueron el comandante del Tacna,  coronel Joaquín Ramírez Pineda y su superior el general Herman Brady.  Al mediodía del 13, 21 de ellos, amarrados con alambres fueron  conducidos en un camión militar al fuerte Arteaga en Colina. Allí  colocados al borde de un profundo pozo fueron ejecutados mediante  disparos de ametralladora que los hacía caer en el socavón. Al momento  de ser ajusticiados, ante la ira de sus verdugos, valientemente,  profirieron vivas a Allende y a la revolución socialista. Terminada la  brutal matanza, los militares lanzaron granadas para destruir sus  cuerpos y comenzar a tapar el foso. Esta horrenda matanza se hizo  violando flagrantemente los Convenios de Ginebra que los militares  debían respetar, especialmente al declarar el día anterior “Estado o  tiempo de guerra”, mediante el DL N°5.
Las gestiones de los familiares para conocer el destino de los  detenidos en La Moneda, no dieron resultado alguno. El regimiento Tacna  negó reiteradamente que hubiesen estado en ese lugar, pese a muchos  testimonios que atestiguaban lo contrario. El Mercurio aportó a la  desinformación publicando la falsa noticia que Eduardo Paredes, ex  director de Investigaciones, había muerto en un enfrentamiento el 16 de  septiembre de |973.
Mediante una retroexcavadora, los cuerpos fueron exhumados el 23 de  diciembre de 1978. Según un subteniente que ayudó a localizar el sitio  de la matanza, la orden fue dada por el general Enrique Morel Donoso y  la operación comandada por el coronel Hernán Canales. Luego, de  extraídos los cadáveres, el personal de inteligencia a cargo del capitán  Luis Fuenzalida los introdujo en sacos. Posteriormente fueron subidos a  un helicóptero que los lanzó al mar a la altura del balneario de  Quintero
La ministra en visita, Amanda Valdovinos, a cargo de la verificación  de la información obtenida de la Mesa de Diálogo, ubicó el sitio de  ejecución a fines de 2001. En enero de 2002 se encontraron en el lugar  más de 400 fragmentos de cráneos, mandíbulas, vértebras y dientes. En  1995. los restos de los médicos Eduardo Paredes y Enrique París fueron  erróneamente identificados entre los sepultados como NN en el patio 29  del Cementerio General. Se les realizó la correspondiente ceremonia  fúnebre. Después se supo que habían sido mal determinados. Solamente en  octubre del 2010, los restos de Enrique París y Héctor Pincheira fueron  identificados en Innsbruck, Austria, entre los encontrados en Peldehue y  por fin pudieron ser sepultados acertadamente.
Las acciones legales para castigar a los culpables de las  exhumaciones llegaron a un punto muerto en 2007, al declarar los jueces  “La acción penal se encuentra extinguida por el paso del tiempo,  debiéndose aplicar el beneficio de la prescripción. El delito de  inhumación y exhumación ilegal de los cuerpos de estos prisioneros, sólo  constituyó una violación del Código Sanitario, según el Código Penal y  está lejos de configurar un delito de lesa humanidad”
La masacre del 16 de octubre de 1973.-
La localidad de Paine posee el trágico privilegio de contar con el  mayor número de detenidos desaparecidos en el país, en relación a su  población. Se contabilizan alrededor de 100 casos. Una de las matanzas  ocurrió el 16 de octubre de 1973. Ese día fueron detenidos 22 personas  por una patrulla militar con caras pintadas o rostros cubiertos con  pasamontañas, comandada por el teniente Andrés Magaña Bau. Este oficial  atestigua que recibió la orden de ejecutarlos del coronel director de la  Escuela de Infantería de San Bernardo, Leonel König Altermann, quien le  entregó una lista de las víctimas. -este oficial se suicidaría en su  oficina en junio de 1979, al ser citado a declarar-. La mayoría eran  campesinos, pero entre ellos se encontraba el industrial Andrés Pereira,  padre de la abogada Pamela Pereira Los condujeron a la quebrada de Los  Arrayanes, localizada en Litueche, sector del lago Rapel Allí fueron  fusilados y enterrados . A fines de 1978, Magaña, a petición de  inteligencia militar, entregó un plano del lugar de ejecución para la  exhumación de los cuerpos. Este mismo oficial, en octubre del 2005,  confesó que los restos habían sido arrojados al mar.
En octubre 2007 se encontró el lugar de la masacre, después de un  intento frustrado por información incorrecta de Magaña, gracias a que  otro integrante de la patrulla proporcionó el sitio exacto. Allí, en el  fundo Cerro Alto, durante 3 meses trabajaron 25 peritos del SML,  Carabineros e Investigaciones Se hallaron 2 cráneos, 295 fragmentos  óseos, incluidas 76 piezas dentales, pedazos de vidrios ópticos, un  trozo de un marco de lentes, zapatos, ropa, 3 anillos, 100 vainas de  fusil y revólver y 150 proyectiles percutados.
En junio 2009, el juez Héctor Solís, de la Corte de Apelaciones de  San Miguel, exhibió los restos culturales a los familiares y les  comunicó que los restos óseos habían sido enviados a un laboratorio  especializado de Innsbruck, Austria, para su identificación. El 11 de  junio 2010, este magistrado dio a conocer la identificación de 9 de los  ejecutados, entre ellos, Andrés Pereira. Se encuentran enjuiciados  actualmente por la masacre Andrés Magaña, José Vásquez y el civil Juan  Quintanilla.
Matanza en Chihuío.
El 9 de octubre de 1973, una caravana de 7 vehículos militares del  regimiento de Caballería Cazadores de Valdivia y del Maturana de La  Unión, se dirigió al complejo maderero Panguipulli. El grupo, que se  componía de alrededor de 90 efectivos, iba a cargo del comandante de  escuadrón capitán Luis Osorio. En los pueblos de Curriñe, Chabranco,  Llifén y Futrono fue deteniendo a obreros forestales, dirigentes  sindicales y a campesinos, completando 17 individuos, según una lista  que portaban. La mayoría eran miembros del sindicato “Esperanza del  Obrero”. Uno de los detenidos, Fernando Mora, era menor de edad. Todos  eran gente humilde que se encontraba en su lugar de trabajo, confiando  en las promesas del régimen militar que sus vidas y sus derechos iban a  ser respetados. Américo González Torres, dueño del fundo Chihuío, quien  había formulado denuncias sobre estos trabajadores, calificándolos de  “agitadores”, asesoró las detenciones Esa misma noche, la comitiva los  condujo al sector Termas de Chihuío, cercano a Neltume, en donde se  procedió a masacrarlos con corvos en sector próximo a la Hostería de las  termas. Al día siguiente, un habitante del lugar, que conocía a muchas  de las víctimas, encontró un macabro escenario de inconcebible  ensañamiento. Había grandes charcos de sangre, la mayoría presentaba  cortes en las manos y abdomen con exposición de vísceras, algunos habían  sido degollados, a otros se les había cercenado sus testículos, no  observó heridas de bala, pese a que esa noche se habían escuchado  disparos. Permanecieron cubiertos solo por algunos troncos y ramas  durante varios días y finalmente sepultados en varias fosas cavadas por  efectivos del Ejército. Esta demora fue una forma de intimidación a la  población de la zona. Por orden de un juzgado militar de Valdivia se  emitieron certificados de defunción, acreditándose el fallecimiento  mediante el testimonio de dos soldados con domicilio en el Regimiento  Cazadores, forzados a servir de testigos. En todos estos documentos  figuran muertos a las 22.30 del 9 de octubre de 1973 en Liquiñe,  consignándose por causa no precisada. Las asistentes sociales del  Ejército les hicieron ver a las cónyuges que en esta forma se les  ayudaba para que cobraran pensiones de viudez. Consultado el general  Héctor Bravo por un hermana de uno de los fallecidos, respondió que “se  habían enfrentado con los militares, por lo cual resultaron muertos”.  Este general hizo investigar lo acontecido por un fiscal militar, quien  llegó a la conclusión que la patrulla había sido atacada con disparos de  fusil, ataque que repelieron, resultando muertos todos los detenidos,  sin que se produjeran heridos ni muertos dentro de la comitiva militar.  Destaca la similitud con la inverosímil versión dada en el caso Lonquén,  apareciendo como una copia de ella. Por su parte, el entonces coronel  Sinclair, jefe del regimiento Cazadores, recordó que ese día de octubre  recibió una llamada telefónica de Santiago para enviar camiones a Lanco  para una operación reservada, que no supo en que consistió.
A fines de 1978, personal de inteligencia del Ejército, vestido de  civil, requirió la colaboración del terrateniente Américo González para  ubicar el sitio de las tumbas. Localizado el lugar, se procedió a la  remoción de los cadáveres, sin que los autores hayan revelado adonde  fueron llevados. El ministro en visita, Nibaldo Segura, el 17 de junio  de 1990 encontró 3 fosas de donde hizo exhumar los restos que quedaron  después de su remoción por los militares. Eran tan escasos que se  consideró inútil ser sometidos a proceso de identificación. Así, el 26  de agosto de 1990 fueron velados en un solo féretro y luego sepultados  en el cementerio de Valdivia. Ese mismo año 1990, se encontraron en  dicho camposanto varios esqueletos que presuntamente correspondían a las  víctimas, que fueron enviados al IML
En marzo del 2003, el juez Alejandro Solís procesó por secuestro en  el caso Chihuío al capitán Luis Osorio, al teniente de Carabineros Luis  Osses, al general /R) Jerónimo Pantoja, ex comandante del regimiento  Maturana y al general ® Héctor Bravo, jefe de la IV División del  Ejército, con sede en Valdivia, a la fecha de los hechos . Ofició al SML  en mayo del 2005 para que informara sobre los peritajes realizados. Al  no tener respuesta, emitió su sentencia en 2006 condenando a los dos  primeros a 10 años de prisión. En junio de ese año, la Corte de  Apelaciones de Santiago, revocó el fallo por la inexistencia de informe  del IML que avalara la identidad de las víctimas, entregando el caso al  juez Jorge Zepeda. El 15 de noviembre de 2007 informó el IML “no es  posible establecer la identificación personal a los restos óseos en los  exámenes médico legales hasta ahora realizados” A mediados del 2008, el  IML, remitió muestras de Chihuío, Paine y Calama a laboratorios  internacionales especializados en identificación en base a remanentes  óseos, dada la imposibilidad de hacerla en el país.. El magistrado  Zepeda falló en julio del 2009, sin aplicar la amnistía ni la  prescripción que invocaban los acusados, al considerarlos delitos de  lesa humanidad reconocidos por el Derecho Internacional. Sin embargo,  rebajó la condena de Osorio a 7 años y a Osses a 3 años con el beneficio  de libertad vigilada.
Remoción incompleta en Pisagua.
Existen antecedentes que indican que en Pisagua fue asesinado un  elevado número de prisioneros, se calcula alrededor de 150.. En  diciembre de 1978 se hizo la remoción de cadáveres ordenada por  Pinochet. Sin embargo, es obvio que se pasó por alto una de las fosas.  El hallazgo de ella provocaría uno de los mayores episodios de furia de  Pinochet. Su perentoria orden de exhumación no había sido cumplida.  Ocurría este descubrimiento cuando él estaba cuestionando la formación  de la comisión Rettig al considerarla una afrenta a su gobierno, una  maniobra marxista contraria al olvido y a la reconciliación. No había  quedado satisfecho con la inclusión en ella de dos de sus fervorosos  partidarios, Gonzalo Vial y Ricardo Martín. La indignación de Pinochet  tenía fundamentos, pues los casos del hallazgo de esta fosa intacta  mostrarían fehacientemente que los militares habían violado el derecho  humano fundamental: la vida de los occisos, ante lo cual la Comisión no  podía callar. Con nombres y apellidos se demostrarían aberraciones  inimaginables. Casos de personas fríamente ejecutadas, aduciendo después  aplicación de ley de la fuga. Consejos de guerra hechos con  posterioridad a la ejecución. Individuos juzgados sin su comparecencia  en lugares distintos adonde estaban prisioneros. Abogados defensores a  los cuales se les negó el acceso a la acusación. Prácticamente, en  ningún caso hubo un debido proceso.
El 31 de mayo de 1990, la Vicaría de la Solidaridad y la Comisión de  Derechos Humanos presentaron en el Juzgado de Pozo Almonte una denuncia  por inhumación ilegal. Se basaba en el testimonio entregado por Alberto  Neumann, quien guardaba indeleblemente en su memoria las ejecuciones y  la inhumación allí realizadas, pese al paso de los años. Este médico de  Valparaíso había sido obligado por el teniente coronel Ramón Larraín a  presenciar al salvaje episodio y comprobar si los fusilados se  encontraban aún con vida, para darles el tiro de gracia. Recordaba con  detalle el sitio del suceso y lo comunicó en 1989 a la Vicaría que  decidió esperar hasta el término del gobierno militar. Después de marzo  de 1990, debió retardarse la comunicación un tiempo más, porque el  acceso se encontraba obstaculizado por una barrera militar Finalmente,  el 2 de junio, en el lugar cercano al cementerio de Pisagua indicado por  Neumann, fueron encontrados 19 cadáveres. Pese a haber estado cubiertos  solo por arpillera, la sal había permitido que los cuerpos se  conservaran intactos junto con sus vestimentas, amarras, vendas, las  marcas de impactos de bala e incluso sus expresiones de sufrimiento. Se  procedió a la correspondiente investigación judicial por el ministro en  visita Hernán Sánchez Marré de la Corte de Apelaciones de Arica, quien  citó a declarar a testigos y familiares e identificó a los exhumados.  Según la autoridad militar, algunos habían sido dejados en libertad, a  otros se les había aplicado la ley de la fuga y la mayoría condenados en  consejos de guerra. Destacaba entre los ajusticiados el abogado del  Consejo de Defensa del Estado, Julio Cabezas, sometido a juicio por el  siniestro fiscal militar Mario Acuña Riquelme, quien anteriormente había  sido sometido a proceso por el CDE por tráfico de estupefacientes. Se  encontraba entre los muertos Manuel Sanhueza sobre el cual se había  informado a su familia que, en su traslado desde Valparaíso, se había  fugado y ahogado al lanzarse al mar La investigación fue interrumpida  por petición de incompetencia hecha por la Justicia Militar y la causa  pasó al Séptimo Juzgado Militar de Arica, que aplicó la ley de amnistía  en 1992. Este fallo fue apelado por los abogados de la Vicaría, pero la  Corte Suprema confirmó la amnistía, pese a que era evidente la  vulneración de los Convenios de Ginebra que hacía improcedente su  aplicación. Esta ratificación fue reflejo de la composición del Tribunal  Supremo, integrado por magistrados nombrados por el ministro de  Justicia, Hugo Rosende, quien tuvo la precaución que solo ascendieran a  ella jueces probadamente obsecuentes con la dictadura.
Exhumaciones en la colonia Dignidad
Cuando se realizó la exhumación masiva, la resolución de Pinochet  también llegó a la colonia Dignidad que había sido centro de torturas y  exterminio. Existió allí un subterráneo de pequeñas celdas,  herméticamente cerradas y a prueba de ruidos para obtener información de  los prisioneros, sin que los residentes tomaran conocimiento de esta  actividad. En la práctica, villa Baviera fue una dependencia de la DINA,  acogiendo detenidos de toda la zona central del país. Los alemanes  demostraron su eficiencia en hacer desaparecer los restos de los  detenidos-desaparecidos en el enclave germano que, conservadoramente, se  estima que fueron alrededor de 100. Paul Schäffer, al enterarse de la  orden de remoción de los cadáveres dada por Pinochet, dispuso: “Hay que  limpiar el fundo. ¡Sáquenlos y desháganse de ellos! Luego, bajo su  directa supervisión, Rudi Collen y Willy Malessa, los mismos colonos que  habían efectuado las inhumaciones, realizaron el desentierro de los  cuerpos. Utilizaron un método más científico y efectivo que el empleado  por los militares chilenos. Con la misma retroexcavadora con que habían  sido cavadas las fosas y sepultados los asesinados, desenterraron sus  cadáveres ya putrefactos, cuidando que no quedara ningún resto de ellos.  Enseguida, introdujeron cada cuerpo en un saco bien atado y luego lo  insertaron dentro de otro que contenía fósforo, elemento que actúa sobre  la materia orgánica, destruyéndola hasta reducirla a cenizas. Una vez  que la sustancia química desintegró íntegramente los restos humanos, las  cenizas fueron llevadas al río Perquilauquén, que cruza el predio, en  donde se arrojaron para hacer desaparecer definitivamente todo vestigio.  Varios intentos posteriores de excavaciones para ubicar restos dentro  del recinto de la colonia han resultado infructuosos.
Patética justificación de las exhumaciones.
Sólo a lo largo de los años se fueron conociendo datos acerca de esta  masiva y tenebrosa maniobra de remoción de cadáveres que tuvo el  cobarde propósito el borrar las huellas de los crímenes de la dictadura,  para garantizar impunidad. Los partidarios incondicionales de Pinochet,  en un intento por justificar tan abominable acción del dictador, aducen  que fue necesaria para fortalecer el espíritu patriótico de la  ciudadanía ante la amenaza de guerra con Argentina. Así, en el 2000 el  general ® Odlanier Mena, ex director de la CNI, declaró “El hallazgo de  los cuerpos en Lonquén produjo una grave conmoción interna. El país  estaba en los preliminares de la casi guerra con Argentina. Uno de los  elementos fundamentales era la cohesión del frente interno, es decir,  que la gente estuviera convencida de que el país tenía razón para ir a  la guerra y que apoyara a sus fuerzas armadas. Se podía inferir que si  aparecían nuevos “lonquenes”, el frente interno se iba a dañar. Por  esto, los comandantes en jefe resolvieron que las unidades no CNI,  hicieran un catastro de los posibles cementerios ilegales que hubieran  en cada zona” . Sin embargo, el mayor ®, Carlos Herrera Jiménez, autor  material del crimen de Tucapel Jiménez, afirmó en entrevista el 18 de  enero de 2009 a LND “el desentierro de los cuerpos se hizo bajo el mando  de Odlanier Mena”.
El Cuerpo de Generales, cuando se encontraron tantos lugares de  remociones de cadáveres, emitió una declaración dejando claramente de  manifiesto que el Ejército y Pinochet eran una sola entidad. Expresó  este comunicado, demostrativo de obcecación y de cuestionable  racionalidad: “(…) Es sabido que cuando se quiere desprestigiar a los  vencedores se les culpa de crueldad, de excesos criminales y, sobretodo,  de ejercer un castigo desproporcionado a la capacidad ofensiva de las  fuerzas derrotadas (…) En nuestro caso, estamos seguros de que la  victoria de la libertad no se hubiera obtenido sin el empleo de acciones  severas y disuasivas que ejecutaron las Fuerzas Armadas y Carabineros”
Testimonios de participantes en la operación de exhumaciones masivas.
El secreto de la exhumación masiva fue guardado durante años,  acatando los uniformados el pacto de silencio. Influyó en esta rígida  observancia la permanencia de Pinochet en la comandancia en jefe del  Ejército. Pero, después de la Mesa de Diálogo, suboficiales sometidos a  interrogación judicial, revelaron la existencia de la orden de  exhumación y de su cumplimiento por parte de Inteligencia del Ejército.
El sargento en retiro, Juan Carlos Balboa Ortega atestiguó ante el  juez Juan Guzmán: “A fines de 1978 se recibió en la sección de  Inteligencia un criptograma secreto proveniente del Comandante en Jefe  del Ejército, en ese entonces el Capitán General Augusto Pinochet  Ugarte, dirigido a todas las unidades. En resumen, ese documento  informaba que todos los comandantes de unidades serían responsables  administrativamente de la aparición de ejecutados políticos en su  jurisdicción, por lo cual se ordenaba realizar todas las diligencias  correspondientes para evitar que terceros encontraran los lugares de  inhumación de cada jurisdicción militar”
El oficial Pedro Rodríguez Bustos dio una versión concordante con la  de Balboa, al testificar: “El año 1978 se recibió una orden de comando  emitida por la Segunda División de Ejército, cuyo comandante a esa fecha  era el general Enrique Morel Donoso; dicha orden tenía como referencia  la orden de la comandancia en jefe del Ejército, la que fue remitida a  todas las guarniciones y divisiones del país. Debo agregar que, en lo  puntual, la orden disponía que los comandantes de regimientos debían  reunirse con el personal de oficiales y especialmente con el personal de  suboficiales que hubiesen estado sirviendo en esas unidades entre los  años 1973 y 1974”.
En enero del 2003, el suboficial Jaime Müller Avilés, disgustado por  las expresiones de Pinochet a un canal de televisión de Miami, envió una  carta al general Cheyre, con copia al Auditor General del Ejército y a  la presidencia de la Corte de Apelaciones de Santiago. Esta misiva, que  se incorporó al expediente del juez Guzmán, expresaba:
“Con mucho dolor he tenido conocimiento a través de los años de  entrevistas concedidas por superiores de la institución, pero, lo que me  ha hecho reaccionar con indignación y sorpresa ha sido la última dada a  conocer por los medios de comunicación oral y escrita del capitán  general Augusto Pinochet Ugarte, donde, entre otras cosas, culpa a sus  subalternos de lo acontecido durante su gobierno a partir de 1973, en lo  que dice relación a las violaciones de los Derechos Humanos.
Señor Comandante en Jefe es inconcebible y doloroso, darse cuenta que  la institución a la que se le entregó parte de la vida, lealtad,  obediencia y respeto, nos considere la nada misma.
Señor Comandante en Jefe, como auxiliar de inteligencia, desde el año  1977 y hasta 1986, me tocó conocer un sinnúmero de situaciones como por  ejemplo la que viví en 1978 al cumplir órdenes superiores con respecto  al Plan “Retiro de Televisores”, que no fue otra cosa que sacar desde  cementerios o fosas comunes a un número indeterminado de ejecutados  políticos, cuyo destino final lo guardo en reserva.
Afortunadamente, y Dios es testigo de que ni mis manos ni mi  conciencia están manchadas con sangre de algún ser humano, sólo haber  cargado en mis espaldas cuerpos que por órdenes de quien hoy se auto  cataloga como “Ángel” tuve que cumplir”
Corolario.- Los uniformados chilenos  quebrantaron el honor militar al actuar como una pandilla de criminales  para eliminar a partidarios del gobierno depuesto. Agravaron su deshonra  al pretender hacer desaparecer definitivamente los cadáveres mediante  su exhumación para lograr impunidad Obtuvieron una victoria militar  contra un enemigo inerme, al cual declararon una guerra imaginaria, con  lo cual se auto infringieron una inmensa derrota moral. Debido a su  incondicional devoción a Pinochet, que se mantuvo hasta su muerte,  deberán pasar varias generaciones para que el Ejército recupere el  prestigio que tuvo antes del golpe de 1973. Los generales llegaron al  extremo de culto a la personalidad al nombrarlo en marzo de 1990  “Comandante en Jefe Benemérito del Ejército de Chile”.
Artículo escrito en memoria de Enrique París Roa.