sábado, 6 de marzo de 2010

Geografía del Cerebro

María Luisa Etchart (Desde Costa Rica. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

¿Qué hay dentro de nuestro cráneo? La médula espinal sube a través de un orificio en la base del cráneo. Asentado sobre ella está el metaencéfalo de unas 3 pulgadas de largo y que pesa alrededor de 300 gramos. Sin esta pequeña estructura, la vida no sería posible. Si se lo corta en su parte inferior, la respiración se detiene, la presión sanguínea cae a cero y la muerte se produce en un minuto. Está compuesto de 4 partes una de las cuales, el cerebelo, la rodea.

Las funciones esenciales de supervivencia, tales como la respiración y el latido del corazón están manejadas por él. También procesa información percibida por nuestros sentidos. Cualquier información recogida por nuestro olfato, ojos, oídos, piel o lengua es enviada a él para su procesamiento. El cerebelo maneja gran parte de nuestras actividades musculares, tales como caminar, correr y cualquiera de los actos musculares coordinados que son semi-voluntarios. No hace falta ningún esfuerzo conciente para hacer que la vida continúe. Si tuviéramos que pensar concientemente en cada inhalación y cada paso que damos, no nos quedaría mucho tiempo para nada más. Es decir, es como un piloto automático que cuida de las funciones corporales esenciales para que podamos usar nuestro cerebro en otros asuntos, que podrían ser escribir una sinfonía o construir un campo de concentración. Podría ser pintar la Capilla Sixtina o perpetuar dogmas.

Cerebro anterior

Ganglio Basal

Asentado sobre el metaencéfalo está el cerebro anterior. Consiste en tres formaciones. La primera es el ganglio basal que consiste en una cantidad de partes subsidiarias. Antes de la investigación de David McLean se pensaba que era parte de la corteza motora. Sin embargo, esta pequeña parte del cerebro ejerce un poderoso control sobre muchas otras áreas del comportamiento humano.

Sistema Límbico

Sobre el ganglio basal está la segunda formación que contiene un número de glándulas, como el tálamo, hipotálamo y pituitaria. Los investigadores coinciden que este sistema es responsable de nuestros estados de ánimo y emociones. EL hipotálamo que pesa apenas 4 gramos controla el ingreso de alimento, el equilibrio de agua y el sistema nervioso autónomo y parecería que también controla nuestro ritmo sexual, la fatiga y el hambre.

El Neocortex

La tercera formación parece una masa gris de huevos revueltos y está dividido en dos hemisferios. El hemisferio izquierdo maneja números, lenguaje y habilidades de razonamiento. El derecho nos permite pensar en abstracto y conceptos. Este neocortex permite a nuestra especie hacer muchas cosas que otros animales no pueden, tales como escribir poesía o intentar hacer una limpieza étnica. Nos permite descubrir el mundo de las partículas subatómicas y desarrollar virus que estropeen el mundo de la computación. En nuestro neocortex podemos hacer planes para construir un hospital y encontrar excusas para hacer trampas en nuestra declaración de impuestos. Nos da los razonamientos para construir y destruir, para asesinar y amar. Lamentablemente, sin una intervención conciente e intencional, el neocortex puede llevarnos cuesta abajo hasta el abismo. Sin embargo, el manejo conciente de nuestras facultades nos da la posibilidad de construir una sociedad justa.

El manojo más grande de nervios en el cerebro es el hábeas callusum. Su función primordial es llevar y traer información entre los hemisferios, lo que hace que nuestras dos mitades cerebrales se comuniquen constantemente entre sí.

La Corteza Prefrontal

MacLean la incluye en su descripción del neocortex pero es de tal importancia que vale la pena darle un lugar de preferencia. Ocupa 1/15 del volumen de nuestros cerebros y nos permite trascender lo simplemente humano y comenzar nuestro ascenso para convertirnos en “verdaderamente humanos”.

Todos los miembros de la especie “homo sapiens” son humanos. Cualquier macho productor de esperma y cualquier hembra que no haya llegado a la menopausia pueden engendrar un hijo. Cualquier miembro del Islam puede fertilizar a un miembro sexualmente opuesto de los Arios, a pesar de los prejuicios que pudieran tener, porque son miembros de la misma especie.

Sin embargo, ser de la especie humana no le da automáticamente a cada miembro de nuestra especie la cualidad de ser “verdaderamente humano”. La corteza prefrontal da la posibilidad de producir este avance pero no lo hace automáticamente. Si así fuera, viviríamos en un paraíso. Creo que el éxito o fracaso de desarrollar las capacidades inherentes a la corteza prefrontal en forma conciente es lo que determinará el futuro de la humanidad. Todo depende de la voluntad que tengamos de dar el cambio.

Este es el tema principal con que nos enfrentamos. No se trata de si podemos construir chips alrededor de moléculas para que nuestras computadoras funcionen aún más rápido. No se trata de si podemos comprar cosas que realmente no necesitamos para luego descartarlas. No se trata de qué partido ascenderá al gobierno. Si no son capaces de limpiar sus actos, no habrá gran diferencia. No se trata de elegir entre dogmas o religiones creadas por hombres que no han sabido construir un mundo más justo y menos cruel.

Hace poco escuché a Bill Gates en una entrevista que el tema más importante del futuro es “la educación de todos los niños”. Seguramente olvidó que la Alemania Nazi tuvo la ciudadanía con más alto nivel de educación del mundo pero también descendió a un foso de crueldad y deshumanización. Uno puede ser una persona muy educada con altos títulos universitarios, haber leído bibliotecas enteras y sin embargo continuar siendo una bestia.

Doy por agotado el tema de la Geografía Cerebral para entrar en su Historia, que es donde el tema se hace apasionante.

Historia del cerebro humano

Las investigaciones de Paul D. MacLean revelaron algunos descubrimientos asombrosos sobre nuestros tres cerebros. Tiñó algunas células del ganglio basal humano para revelar su estructura básica microscópica. Luego las comparó con células de cerebro reptil. Ambas resultaron muy similares en composición y estructura. La historia del cerebro reptil se remonta a dinosaurios que vagaban por la tierra hace 240 millones de años.

Es casi inconcebible que una parte de nuestros cerebros tengan por ancestros a bestias que vagaban en un paisaje Pérmico. Pero no deberíamos sorprendernos demasiado. Después de todo, Ud. y yo somos encarnaciones de elementos nacidos en el momento del Big Bang. Cada recién nacido es la continuación de un proceso que comenzó en el primer nano-segundo del nacimiento del universo. Cada cerebro es un hecho microscópico en el drama que comenzó cuando se levantó el telón sobre la escena de la obra hace unos 20 billones de años. Nuestra historia es vieja y larga. Tenemos muchos antepasados. Sólo somos la manifestación actual de la vida que tuvo sus orígenes en el polvo de antiguas estrellas. Muchas formas de vida existieron antes de la actual fauna. Nuestra presencia está relacionada con todo lo que ha sido antes y estará relacionada con todo lo que está aún por venir. Cualquier pretensión de ocupar una posición única y especial en el universo es sólo un reflejo de nuestra imaginación y egoísmo y nada más.

Una vez establecida la similitud, MacLean se dedicó a estudiar el comportamiento reptil. Su investigación demostró que además de los roles fisiológicos, el “complejo R” (nombre con que bautizó esa parte del cerebro humano) es también responsable de comportamientos o funciones psicológicas fundamentales. Podemos resumir estos comportamientos en cuatro categorías principales: 1) Territorio, 2) Jerarquía, 3) Ritual y 4) Engaño.

La conclusión más importante para los humanos es el hecho de que cada uno de nosotros tiene un cerebro reptil dentro de nuestros cráneos. No necesitamos pagar para ver la película Jurassic Park. La están dando dentro de nuestros propios cerebros todos los días. Tal vez nuestro interés en los dinosaurios proviene del hecho que siguen vivos dentro de cada uno de nosotros. Subconscientemente, probablemente nos sentimos identificados.

Sin embargo, conscientemente, nos es difícil borrar la imagen de que somos criaturas sustancial y totalmente diferentes de otros animales. Puede resultar desconcertante enterarnos que los cocodrilos y los humanos no sólo compartimos una estructura cerebral similar, sino que tenemos patrones de conducta similares. Sin embargo, en la escala mayor, lo que Ud. y yo pensemos no le importa en absoluto a la Madre Naturaleza. Ella hará que se produzcan eras glaciales en la tierra seguidas por tiempo tropical y no le importa que valles que una vez fueron verdes se conviertan en desiertos.

La Madre Naturaleza no depende de nosotros. Es al revés. Y alguna vez en el futuro, tal vez en 4 billones de años más, la tierra desaparecerá en la chimenea atómica del sol o seremos arrojados al espacio para convertirnos en un trozo helado de roca.

Pero, mientras tanto, TENEMOS UNA OPCION. ¿Procuraremos hacer que las cosas vayan bien o continuaremos actuando como los brutos que hemos sido en el pasado?

Si queremos algo mejor que el sangriento pasado, debemos comprender qué somos, necesitamos comprender nuestro antecedente reptil y examinar las cuatro principales marcas en el comportamiento marcadas en nuestro cerebro.

Territorio

Nada, ni siquiera el sexo, es más importante para cualquier organismo vivo, sea hombre o mujer, ave o serpiente, que su propio espacio, su territorio. Sin su propio espacio, Ud. no puede existir. Igualmente esencial es nuestra habilidad para proteger nuestro espacio. Los circuitos neurológicos que proveen a cada individuo con una forma de proteger su espacio deben ser parte del proceso evolutivo. La picadura que recibe un hombre que se ha acercado demasiado al territorio de una serpiente no significa nada más que la protección de su espacio. El ataque no es malo. Es sólo una manifestación de la respuesta de “pelea” para guardar su territorio. La retracción de un cangrejo dentro de su concha cuando se lo alza, no es más que su mecanismo instintivo para protegerse. Ya sea por la pelea o la huida, la Naturaleza dotó a cada ser viviente con un mecanismo automático de defensa para proteger su territorio.

Aún el organismo más simple tiene impreso en su sistema nervioso un programa para su auto-protección. Observemos una lombriz de tierra. Cuando excavando en el jardín desenterramos una, instintivamente comienza a tratar de meterse en la tierra húmeda.

“Sabe” que no podrá sobrevivir bajo el ardiente sol.

Nuestro radar personal está funcionando 24 horas por día. Estemos dormidos o despiertos, está escaneando el horizonte de nuestro territorio personal. Cuando reconoce un sonido extraño, se pone en acción. Liberamos químicos, la sangre fluye desde la parte central del cuerpo a los músculos de brazos y piernas. Esto nos permite correr más rápido, huir, o golpear con fuerza, dependiendo de cómo nuestro cerebro evalúe nuestra mejor posibilidad para sobrevivir.

El “yo” consciente no tiene nada que ver con ninguna de estas reacciones corporales. Si necesitáramos una respuesta racional, nunca lograríamos responder. Sin embargo, existen fallas en el sistema que necesitamos comprender si esperamos convertirnos en verdaderamente humanos.

El complejo R es incapaz de razonar. Simplemente está allí y reacciona. Puede percibir una invasión de territorio cuando no existió tal intención.

Alguien que amamos viene a quedarse a nuestra casa. De pronto, toca un objeto, o se sienta en nuestra silla y sentimos un ataque de hostilidad crecer dentro nuestro seguido por un sentimiento de culpa por haber, por una partícula de segundo, sentido casi un odio hacia esa persona. Por supuesto, no hubo intención de su parte de invadir nuestro territorio pero nuestro reptil así lo percibió. ¿Cuántas veces por día nuestro sistema se carga sin una razón real? Si observamos a la mayoría de los conductores, podremos ver su rostro molesto por encontrar en su camino a otros vehículos, como si estuvieran invadiendo “su territorio”, la carretera.

Existe una observación de Mac Lean importante. La territorialidad humana se extiende más allá de los lugares físicos. Nuestras ideas y creencias son también una parte sustantiva de nuestro territorio. Ya sea que la invasión provenga de un ladrón en la noche o de alguien que sostiene un punto de vista radicalmente diferente al nuestro en algo importante, la reacción de nuestro complejo R es la misma. Esta es la razón por la que es casi imposible mantener una conversación racional e inteligente con puntos de vista políticos, religiosos o aún económicos que difieren. No tarda mucho para que las partes en disputa defiendan su territorio más bien que buscar una solución compartida.

Ciertamente no podemos vivir sin el cerebro reptil. Si se extirpara, moriríamos. Sin embargo, necesitamos aprender cuándo el comportamiento reptil se torna contraproducente en una cultura. Los preceptos políticos, religiosos, intelectuales y económicos construidos sobre territorialidad dogmática son una receta segura para la destrucción eventual de todas las fuerzas humanas.

Esto está en la base de todas las guerras de todos los tiempos y, curiosamente, el agresor insistirá en que se está defendiendo o que lo hace por una buena razón para evitar ser atacado.

Jerarquía

¿Qué tiene que ver la jerarquía con el cerebro reptil? Ya se vio que el complejo R se ocupa de funciones básicas de supervivencia. Es obvio que la adquisición y defensa de territorio es la preocupación primaria de cualquier organismo. ¿Qué tiene que ver la jerarquía con la supervivencia? Consideremos esto desde un punto de vista práctico. Dada la naturaleza de los animales, resulta evidente que casi todos los miembros de una tribu, manada, grupo, familia, quisiera ser el perro principal. Las oportunidades para batallar en forma continua por el puesto Número Uno son infinitas. Después de todo, el macho dominante tiene el derecho de copular con la hembra alfa o aún con todo un harén. Este es un beneficio por el que vale la pena luchar.

Pero qué ocurriría si hubiera una lucha constante por ganar el puesto de Presidente? Nadie podría asentarse ni hacer nada. Aún mientras realiza la función de comer, el vencedor del momento tendría que cuidar su espalda de cualquier atacante posible. La procreación quedaría también fuera de la cuestión. Si el macho alfa tiene que pensar nerviosamente sobre su posible asesinato por un macho competidor, dudo que pudiera realizarse el acto sexual y ni el individuo ni el grupo tendrían un futuro en estas condiciones.

La Naturaleza dotó al complejo R de un mecanismo maravilloso. Hay un tiempo para decidir quién será el Campeón. Pero una vez que los juegos han determinado los resultados, entra en funcionamiento el mecanismo de la jerarquía. Todos ahora aceptan el orden de la manada. Así que todos pueden comer, beber y divertirse. La pelea por la posición alfa ha sido detenida. El futuro del alfa así como el del grupo está asegurado. Habrá tranquilidad en el mismo lugar hasta el próximo año. Luego la competencia comienza nuevamente. Hasta entonces la competencia cesa para que se puedan realizar las importantes funciones de sobrevivir y reproducirse.

La necesidad de jerarquías está profundamente enraizada en nuestra especie. Resulta difícil imaginar sociedades humanas funcionando sin una estructura jerárquica. Alguien en una corporación tiene que asumir la responsabilidad en el proceso de toma de decisiones. Y no sólo hay un alfa a cargo de las cosas, el resto de la organización tiene que aceptar las decisiones que se toman. Cuando los bomberos combaten un gran incendio, alguien tiene que decidir cómo mejor controlar la situación. Sus órdenes deben ser aceptadas sin cuestionamientos. Ese tipo de situaciones son el lado positivo de las estructuras jerárquicas.

Pero por supuesto, nosotros los “banguis” parecemos echar a perder esto también. Si hay algún lado negativo, déjenlo en nuestras manos y seguramente lo hallaremos. Entre nosotros, los que realmente quieren ser los alfas dominantes fácilmente se aprovechan del patrón jerárquico impreso en nuestros cerebros. Pervierten nuestra predisposición a aceptar un liderazgo y se enseñorean sobre los subordinados. Dejemos que un orador carismático apele a nuestras necesidades territoriales y lo saludaremos como nuestro Fhurer, Primer Ministro o Presidente y nos someteremos a sus designios. Seguimos ciegamente, aunque signifique que nos convirtamos en auto-destructivos. No hace falta ningún libreto consciente para ganar el control sobre masas de gente. Los mamíferos desean un líder. Les da sentido de estabilidad al orden de las cosas. Los individuos dominantes están presentes en cada grupo. Ofrecen su poder. Las masas están deseosas de aceptarlo porque sin estructuras se sienten inseguros. Si los alfas usaran su poder para beneficio de la gente, el sistema funcionaría bien. Lamentablemente, en la historia de nuestra especie, los que ejercen el poder con justicia y sensatez son pocos y separados en el tiempo. Los líderes están allí para proteger y aumentar su propio coto de caza. La necesidad de estructuras es tan dominante que la mayor parte del tiempo, la mayoría de las personas permiten que se los lleve de las narices.

La profundidad del comportamiento jerárquico quedó demostrada en un experimento llevado a cabo por el Dr. Stanley Milgram, del Depto. de Psicología de la Universidad de Yale. Este estudio fue publicado en 1965 y figura en el libro Janus de Arthur Koestler (pág. 85 a 90). Milgram diseñó un estudio basado en un grupo de “voluntarios” reclutados por anuncios en periódicos. Los voluntarios eran los sujetos de los experimentos. Sin embargo, ellos no lo sabían. Ellos pensaban que el experimento se centraba en un grupo de “estudiantes”. Los voluntarios provenían de diferentes medios y se les pagaba un honorario modesto por su participación.

El experimento era así: Un grupo de actores había sido contratado para actuar en el papel de “estudiantes”. Se los sentaba en unos artefactos que parecían sillas eléctricas. En sus muñecas se colocaban cables conectados a una consola que había delante de los voluntarios. Estos voluntarios tenían un teclado delante de sí. En este teclado había treinta botones que indicaban un voltaje que iba en ascenso cada 15 voltios. Las inscripciones sobre los botones decían: SHOCK LIGERO, shock intenso, peligro: SHOCK SEVERO. Por supuesto, en el experimento no se administraban verdaderos shocks. Pero, naturalmente, los voluntarios no lo sabían.

El profesor estaba a cargo del experimento. Dio a cada estudiante varios pares de palabras tales como “azul – buey”, “salvaje – pato”, “lindo – día”. Luego de un intervalo, el voluntario daba la primera palabra de un par al estudiante. Si el estudiante daba la respuesta equivocada, al voluntario se le había instruido que administrara un shock ligero. A medida que los estudiantes continuaban dando respuestas equivocadas, se aumentaba el voltaje. A los estudiantes (actores) se les había pedido que comenzaran a quejarse y expresar dolor. En un cierto punto los quejidos se debían convertir en gritos. Cuando los shocks llegaran a 350 volts, debían quedarse totalmente mudos. A los voluntarios se les había instruido que una la falta de respuesta a una pregunta por parte del estudiante debía recibir un voltaje aumentado. Luego de que se administraron tres shocks de 450 volts, el profesor detuvo el experimento.

Previo a realizar el experimento, Milgram había pedido a 39 psiquiatras que estimaran el número de voluntarios que llegarían administrar los 450 volts (mortales). El consenso general fue que la mayoría no pasaría de los 150 volts, un 4% alcanzaría la etapa de 300 volts y sólo un patológico grupo de uno en mil administraría la dosis completa.
El resultado verdadero fue: 60% de los voluntarios administraron el shock completo. Algunos incluso lo hicieron luego que los estudiantes pidieron ser relevados del experimento. En otros países donde se realizó este mismo experimento, el número de voluntarios que administraron los 450 volts fue aún mayor. En Munich la cifra alcanzó el 85%.

Milgram llegó a la conclusión que la razón de la continua aplicación del “castigo correctivo” no era por tendencias sádicas de los voluntarios. Más bien, los voluntarios eran parte integral de una estructura social y no eran capaces de salirse de ella. Estaban atrapados en la “jerarquía” y el profesor era para ellos el animal alfa que controlaba la situación. El antiguo ganglio basal dominaba el comportamiento de los voluntarios a pesar del hecho de que ellos vivían en una “sociedad civilizada”. La obediencia ciega a impulsos jerárquicos ha causado y continúa causando, desastres en la humanidad. Los charlatanes saben muy bien cómo explotar los cerebros reptiles de sus seguidores. A su vez, los alfas dominantes no están conscientes de que antiguos dinosaurios controlan su comportamiento. Creen que es su genio o su liderazgo lo que hace que las masas hagan lo que ellos les dicen. En realidad, tanto los alfas como sus seguidores simplemente siguen los dictados de un circuito neurológico instalado hace casi 240 millones de años. La combinación de territorio y jerarquía puede tener, y de hecho tiene, un efecto sumamente destructivo en los asuntos humanos. Agregue a estos patrones de comportamiento los poderes de ritual y engaño y se obtendrá la mortal mezcla que ha esclavizado a la mayor parte de la humanidad durante la mayor parte de su historia.

Ritual

¿Qué tiene que ver la supervivencia con el ritual? Debemos ir un poco más allá de los significados comúnmente aceptados de ritual para encontrar su significado más profundo.

El Viejo Dino, un brontosaurio, va por la carretera 178 para llegar a su fuente de agua. De pronto, Dino ve a un Tirano Rex amenazante y rugiente. Dino se retira. Se ha puesto en marcha su mecanismo de pelea o huida. Dino decide huir. Pero sigue teniendo que llegar al agua. Bueno, se sale de la carretera 178 y termina por encontrar un estrecho y antiguo sendero que lleva a su destino.

Al día siguiente, se repite la misma escena. Dino se dirige a su spa, El T.Rex ruge y escupe; Dino se retira y usa el viejo senderito. En el día 3, Dino ni siquiera intenta la carretera 178. Trota seguro a su sendero escondido. El ritual se ha establecido. Un procedimiento seguro se recuerda. Tomar el sendero se ha establecido como rutina segura para conductas futuras. Es ahora un ritual.

Nuestra negativa a cambiar rutinas, a aceptar nuevas ideas y a hacer las cosas en forma diferente está basada en un comportamiento impreso en nuestros cerebros reptiles. Los rituales usan comportamientos asados que se comprobaron efectivos. Nuestra resistencia a cambiar, ya sea políticas corporativas, himnos de la iglesia o plegarias, o cualquier cosa que signifique un cambio de patrones establecidos está basada en los mismos circuitos cerebrales que hacían que el Dino tomara el viejo sendero. Los métodos probados que ayudan a la supervivencia y al consuelo están profundamente grabados.

El cerebro reptil es esencial, necesitamos nuestro propio territorio, la jerarquía no sólo trae orden sino que nos permite organizar el trabajo y el juego eficientemente. El ritual provee precedentes que nos permiten avanzar sin tener que reinventar la rueda cada vez que giramos.

Es el aspecto inferior de nuestros antecesores reptiles lo que puede dificultar tanto la vida para tantos de nosotros. Cuando la defensa territorial, la jerarquía y los rituales se convierten en fines en sí mismos, pueden ser contraproducentes. Muchísimas veces, por ejemplo, nos aferramos a prejuicios, a seguir irreflexivamente costumbres y conceptos por la simple presión del complejo R. Estos precedentes pueden ejercer autoridad propia por la simple y única razón que han sido transmitidos de una generación a la siguiente. La razón básica para que algún ritual se estableciera pueden haber ya sido dejado de lado hace mucho, pero la tradición continúa y ejerce su presión sobre nuestra libertad.

Los Padres de la Iglesia en el nombre de la verdad defendieron sus demandas forzando a Galileo a retractarse. Poderosos líderes de la iglesia del presente defienden las enseñanzas de la creación del mundo como una ciencia. En el nombre de Dios buscan impedir que se enseñe control natal y protección contra enfermedades de transmisión sexual. Líderes ortodoxos en países musulmanes quieren que sus mujeres no sean vistas ni oídas.

La obediencia ciega a prácticas ritualistas demanda al neocortex (parte del cerebro más nueva, eminentemente humana) que encuentre antecedentes “racionales” para defender lo indefendible. Y ciegamente vamos a tropezones por el camino de la ignorancia. La razón y la ética, la justicia y la piedad se pierden mientras la parte reptil del cerebro marca la agenda para nuestro comportamiento.

Ignorando que nuestros cerebros son en esencia tres cerebros, le damos al comportamiento generado en el complejo R la misma autoridad como si hubiera surgido del prefrontal cortex. Y repetimos los mismos viejos errores, los mismos viejos odios. No es sólo en los Balcanes donde grupos étnicos están continuamente en guerra, o en Palestina e Israel. Nuestros cerebros conflictúan nuestro comportamiento.

Engaño

¿Qué tiene que ver el engaño con la supervivencia) Una leona al acecho no ruge mientras se aproxima a su presa. Si anunciara su intención, las veloces gacelas huirían. No habría cena para ella o sus cachorros esa noche. Por eso ella acecha a su presa y sólo cuando la cacería tiene buenas probabilidades de éxito, salta y ataca.

El engaño es necesario para la supervivencia. Punto. El factor engaño está profundamente impreso en el ganglio basal del cerebro humano. Eso explica la mendacidad que tiñe nuestra cultura. En el libro “El Día que América Dijo la Verdad” nos enfrentamos cara a cara con la cantidad de mentiras que impregna nuestra cultura.

Las estadísticas que allí se mencionan no reflejan lo que uno esperaría de personas que se llaman cultas, civilizadas o temerosas de dios. Cuando se presentan condiciones que pueden amenazar nuestro “territorio” mentiremos para defender nuestro espacio.

El logro de metas personales probablemente no se produciría en muchos casos si el predador no mantuviera secretas sus intenciones. No están comprometidos temas éticos. Lamentablemente, lo que la naturaleza intentó que fuera un mecanismo de supervivencia, ha tomado un muy otro sentido en los humanos. Es asombroso el grado en que aceptamos la mentira en nuestra cultura. El Presidente Clinton ciertamente no dijo la verdad sobre el affaire Mónica Lewinsky. Las compañías tabacaleras mintieron ante el Congreso cuando afirmaron que el tabaco no era adictivo. Mintió el presidente Bush cuando justificó la invasión de Irak acusándolos de tener armas de destrucción masivas y, luego de comprobada su mentira, volvió a mentir cuando afirmó que se trataba de darles la posibilidad de tener una democracia. Sin embargo, ninguno de estos personajes ha sufrido un castigo por decir mentiras. Algo profundo en sus cerebros reptiles les ordenó negar, negar, negar. El complejo R da la orden de negar cualquier culpa y luego instruye al neocortex para que produzca mecanismos de defensa esperando asegurar la supervivencia.

Claro, uno no puede culpar a un reptil por proteger su propio pellejo. Pero cuando el resto de la sociedad acepta las mentiras y deja de exigir responsabilidad a los mentirosos, todo lo que se hable a favor de esa sociedad suena a hueco.

Nuestra sociedad actual está anegada de mentiras. El cerebro reptil sigue vivo.
 

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