ENTREVISTA A BELTRÁN ROCA, PROFESOR DE ANTROPOLOGÍA Y COORDINADOR DEL LIBRO ‘ANTROPOLOGÍA Y ANARQUISMO’            
“No sólo ‘otro mundo es posible’ sino que ‘otros mundos existen’”
Sergio de Castro Sánchez / Zaragoza
Viernes 22 de abril de 2011.   Número 148  
DIAGONAL: ¿Qué aporta un enfoque anarquista a la antropología?
BELTRÁN ROCA: Los enfoques  anarquistas han realizado, y aún pueden realizar, numerosas  contribuciones a la antropología. Pienso, por ejemplo, en la crítica al  Poder, a la Ciencia, al Estado. La crítica, el cuestionamiento de lo que  nos viene dado, es el primer paso de toda investigación científica. A  mis alumnos de la asignatura “Métodos y Técnicas de Investigación” les  enseño que uno de los primeros pasos en una investigación es revisar  críticamente los trabajos que se han publicado sobre la problemática a  estudiar. Y a crítica a los anarquistas no nos gana nadie.
 Muchos conocidos antropólogos como Pierre Clastres,  Stanley Diamond, James C. Scott, o  hasta el mismo Radcliffe-Brown, se  han visto inspirados de un modo u otro por ideas libertarias. De manera  más específica, muchos de estos autores han estudiado las sociedades sin  estado sin prejuicios. En las primeras teorizaciones sobre las  sociedades primitivas, éstas eran representadas como sociedades  incompletas, poco evolucionadas. Estos antropólogos han demostrado que  esto no era así. Estas sociedades tienen su propia línea evolutiva  distinta a la nuestra, conocen el estado y prescindir de él es, en  muchas ocasiones, una opción estratégica.
D.: Asimismo, defiendes que el anarquismo también se ha visto influenciado por la antropología.
 B.R.: Indudablemente el  anarquismo ha bebido de la antropología. Anarquistas clásicos como  Kropotkin o Reclus estudiaron las formas de vida de otros pueblos, de  sociedades sin estado. Los anarquistas habían inventado una sociedad sin  estado, pero resulta que los etnólogos ya habían encontrado esas  sociedades.
Otra contribución, algo más reciente, es sobre la  concepción del poder. Especialmente en América Latina, importantes  sectores del movimiento libertario están reformulando y utilizando el  concepto de “poder popular”. En primer lugar, autores como Clastres nos  enseñan que es posible una sociedad sin dominación, pero no sin poder.  Como Foucault apuntó, el poder no solo constriñe, también produce. Me  refiero al poder-hacer, en contraposición al poder-sobre. Este es el  poder al que nos referimos cuando decimos: “Puedo hacer esto o lo otro”.  Así los anarquistas aspiran a que el poder resida en el pueblo (a  través de estructuras horizontales como asambleas barriales, consejos  obreros, etc.). En segundo lugar, aspirar al poder popular implica  abandonar planteamientos sectarios que han predominado y aun predominan  en algunos sectores del anarquismo. Se trata de implicarse en los  movimientos sociales para promover ese tipo de estructuras y  funcionamientos horizontales.
Hay que decir las cosas claras. Hay muchos anarquistas  que se sienten muy cómodos en pequeños círculos en los que todos  comparten sus puntos de vista, o si no, que se han especializado en  luchas internas de facciones dentro de sus organizaciones. Desde luego  así no se genera poder popular. Lo que molesta a muchos de los  detractores del poder popular es precisamente que se pone en cuestión  las prácticas sectarias que han esclerotizado al movimiento libertario.  Por eso algunos acusan a sus defensores de “tender puentes hacia el  socialismo autoritario”.
D.:¿Qué diferencia una “antropología anarquista” de una “antropología marxista?
B.R.: Sobre esto el  antropólogo que mejor se ha pronunciado—y más claro—es Pierre Clastres.  Ya en los años setenta, cuando el marxismo estaba de moda en ámbitos  universitarios, denunció que el marxismo era una doctrina que aspiraba a  la conquista del poder en todas las esferas de la sociedad, incluida la  Universidad. Posiblemente pagaría caro su enfrentamiento con los  estalinistas. Pero fue enormemente sincero.
Yo añadiría que el marxismo y el anarquismo comparten  raíces y elementos comunes: la importancia de la perspectiva de clase y  de los factores económicos y productivos en la conformación de las  sociedades industriales, aspiraciones a modelos de sociedades más justos  y equitativos, etc. Sin embargo, el anarquismo fue más allá para  cuestionar el poder en otros ámbitos de la vida, más allá de la fábrica:  el Partido, el Estado, la Iglesia, la Universidad... De ahí que el  anarquismo no haya atravesado por esos altibajos.
Hoy, en cambio, la antropología ha sido invadida por  otra moda igualmente peligrosa: el posmodernismo. Es cierto que autores  como Foucault o Deleuze contienen importantes contribuciones, pero la  ideología posmoderna puede ser terriblemente desmovilizadora e  intelectualista si no se sabe poner en su sitio. Me refiero, entre otras  cuestiones, a que respalda la idea del “fin de la historia” y de las  utopías que tanto vocean los neoconservadores. Se defiende, además, un  relativismo radical propio del que le importa un bledo los demás. No  señores, no todo vale. Unas cosas valen más que otras para según qué  finalidades. Y el investigador tiene un compromiso con la sociedad.
D.: La antropología surge  con un claro enfoque etnocentrista ligado a intereses colonialistas e  imperialistas. ¿Puede un enfoque anarquista ayudar a dejar atrás ese  enfoque de la antropología?
B.R.: Efectivamente, la  antropología nace como ciencia para conocer a “los otros” (indígenas,  primitivos de los territorios que se estaban colonizando), con el objeto  de dominarlos, aculturarlos. En la actualidad incluso el gobierno  estadounidense está reclutando antropólogos para sus contiendas en Irak y  Afganistán, conscientes de que la invasión puramente militar es  inviable. Con ese pasado alguien puede preguntarse, ¿es posible que una  ciencia nacida para dominar pueda contribuir a una empresa libertaria?  Sin embargo, desde los orígenes de la disciplina muchos antropólogos y  proto-antropólogos utilizaron sus conocimientos para realizar una  crítica de su propia cultura. Me refiero, por ejemplo, a Stanley  Diamond, Élie Reclus o el mismo Kropotkin. Hoy, por ejemplo, numerosos  investigadores están explorando vías para descolonizar a la  antropología, quitarle el lastre etnocéntrico, desarrollando  antropologías del mundo, antropologías no hegemónicas. Se trata de  pensar no sobre los territorios sino desde lo local. Las ideas  anarquistas sobre el poder o el conocimiento científico conectan muy  bien con el quehacer de esos antropólogos, pues éstos se plantean la  pirueta de producir conocimientos no hegemónicos sin acabar generando  sus propias hegemonías.
D.: La manera en que desde la Modernidad se ha entendido la oposición Naturaleza/Cultura ha sido una de las bases del capitalismo en tanto éste se basa en la explotación de la primera como una necesidad cultural. ¿Hay en la “antropología anarquista” un enfoque diferente de la relación entre Naturaleza y Cultura?
B.R.: Bueno, eso que  estamos llamando “antropología anarquista” engloba una gran diversidad  de autores y escuelas. Por lo general, muchos antropólogos han  cuestionado esa división naturaleza/cultura. Algunas corrientes, como la  Ecología Social (en la que, dicho sea de paso, destacan algunos  antropólogos), parten de esa crítica. Existe, afirman, una estrecha  relación entre la forma en que los humanos nos relacionamos con el medio  ambiente, y la forma en que nos relacionamos con nosotros. Un proyecto  político que aspire a la transformación social debe tener esto en  cuenta.
Quizá la corriente más radical en este sentido es el  llamado “primitivismo”, uno de cuyos precursores es John Zerzan. Ha  llegado a afirmar que los orígenes de la alienación y la desigualdad  están en el lenguaje, en la capacidad de simbolizar. A mi me parece  exagerado y poco realista.
D.: La tradición  occidental tiende a establecer al Estado como fundamento necesario para  la existencia de la propia sociedad. ¿Qué aporta a este debate un  enfoque anarquista de la antropología?
B.R.: Hablar de tradición  “occidental” planeta problemas. David Graeber, por ejemplo, ha apuntado  eso en algún texto. Aunque ese es otro tema. He explicado que el impulso  de muchos de los primeros antropólogos fue precisamente demostrar que  sin Estado hay sociedad. Los manuales básicos de antropología muestran  hoy que el Estado, es sólo uno de los modelos de organización  socio-política que existen. Aunque es predominante, han existido y  existen multitud de sociedades sin un aparato de poder centralizado, una  fuerte estratificación social y el monopolio de la violencia, que es lo  que diferencia al Estado de otras formas políticas. James C. Scott ha  planteado recientemente en The Art of Not Being Governed, que en la  actualidad existe una zona montañosa en el Sudeste Asiático de la  extensión de Europa en la que el Estado apenas tiene incidencia gracias a  estrategias deliberadas de los pueblos que residen allí. No se trata  sólo de que “otro mundo sea posible”, sino de que “otros mundos  existen”.
D.: ¿Qué aporta un enfoque anarquista de la antropología a la lucha de los movimientos sociales?
B.R.: Este es quizá uno de  los puntos clave de la antropología contemporánea. Por un lado, una  “antropología anarquista” debe ofrecer herramientas teóricas y  metodológicas para que los activistas generen colectivamente sus propios  conocimientos (en base a los cuales desarrollar sus líneas estratégicas  de acción). No se trata ya de la intelligentsia, de una vanguardia  intelectual, que dirija, instruya e ilumine a los militantes. Se trata  de ofrecer esos conocimientos para los que han sido entrenados los  antropólogos en la Academia para que los actores produzcan sus propias  explicaciones (a través, por ejemplo, de la investigación-acción, o de  técnicas como el DAFO o el forum comunitario). Además, hoy muchos de los  activistas mismos son antropólogos. Si se da un paseo por un  departamento de antropología de cualquier universidad, verá que una alta  proporción del alumnado pertenece a movimientos sociales.
Por otro lado, numerosos investigadores contemporáneos,  en su mayoría jóvenes, están analizando esos nuevos movimientos  sociales, especialmente el llamado movimiento “anti-globalización”. Me  vienen a la mente etnógrafos como Gavin Grindon, Jeffrey Juris o David  Graeber, que están haciendo un excelente trabajo. En todo esto hay quizá  una carencia: el estudio de nuestros propios movimientos sociales tiene  un límite. Llega un momento en que estudios adicionales no van a  incrementar la eficacia, ni el apoyo social. Se echan en falta estudios  de las instituciones de Poder: como grandes corporaciones, espacios  privados de élites dirigentes o instituciones del Estado. También se  echan en falta análisis rigurosos sobre los mecanismos a través de los  que los movimientos sociales son cooptados y neutralizados. Aunque  existen limitaciones para la financiación de este tipo de estudios, creo  que con el tiempo se solventará esta carencia.
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