viernes, 11 de mayo de 2012

Hollande, la última carta dentro del sistema


Hollande columnaSi Angela Merkel decide no negociar con él, entonces el futuro de Europa deja de ser una incógnita para transformarse en una cuenta regresiva.
Alaa Abd El-Fattah es egipcio y revolucionario. En una entrevista realizada por Julian Assange[1], fundador de WikiLeaks, dijo: “Es un Estado postmoderno al que intentamos llegar, y no sabemos qué es exactamente, pero estamos teniendo una revolución y no simplemente reformas ordinarias. Por eso no importa lo que quiera el gobierno estadounidense (…) No sé si ganaremos esta vez, no sé si ganaremos alguna vez en esta vida, pero… basta con que casi cada semana yo tenga la sensación de poder rozar ese sueño”. ¿Y cuál es ese sueño?  “La plaza es una leyenda que dejará de existir si las familias de los mártires dejan de creer en ella. Nuestro sueño es una alternativa al régimen, si lo abandonamos por unos debates realistas, racionales y comprometidos que siguen órdenes prioritarias, desaparecerá. No hagan caso a los expertos y escuchen a los poetas, porque estamos en una revolución. Vayan con cuidado y láncense contra lo desconocido, porque es una revolución. Conmemoren a los mártires, porque entre las ideas, símbolos, historias y espectáculos nada es real salvo su sangre, y nada está garantizado salvo su eternidad”.
Hollande, finalmente, ganó las elecciones en Francia. Las respuestas de Alaa Abd El-Fattah ilustran lo que puede suceder si a la nueva esperanza europea, por cierto muy parecida a cuando asumió Obama en EEUU, no le dejan espacio para introducir “reformas ordinarias”. Ahora sabemos cuál es la otra alternativa. Europa no vive un estado pre-revolucionario al estilo clásico, pero está regada de pólvora. La diferencia se explica porque no hay una teoría, el horizonte es desconocido. Pero el camino sí se puede prever, las sociedades estallando ¿de un día para otro? No, sólo la chispa es instantánea.
Hollande representa el cambio dentro del modelo. Si Angela Merkel decide no negociar con él, entonces el futuro de Europa deja de ser una incógnita para transformarse en una cuenta regresiva. Para el reciente ganador de las elecciones, su preocupación principal será Francia. La política interna sigue resolviendo las elecciones y aún le faltan ganar los comicios legislativos que decidirán al Primer Ministro (Francia tiene un sistema semi-presidencialista, para imponer su política necesita además la mayoría legislativa). Sarkozy no perdió por los planes de austeridad impuestos al resto de la comunidad junto con Alemania, fue derrotado por deshacer el Estado de bienestar francés. Sin embargo, el peligro de implosión no está en los suburbios franceses, más bien en la periferia europea. Principalmente en España y Grecia, pero no hay que olvidar a Portugal o Italia. Por tanto, deberá afrontar dos urgencias distintas pero complementarias. Mantener la pequeña esperanza francesa y transformarse en el líder de la resistencia europea contra el neoliberalismo. España está imposibilitada luego de la voltereta ideológica de Zapatero, ex presidente socialista, y el gobierno de Rajoy que, en pocas palabras, es el sueño de cualquier revolucionario. Recorta el gasto público a su mínima versión para bajar el déficit, pero está dispuesto a seguir inyectando fondos públicos en el sistema bancario responsable de la actual crisis. En Grecia sucede otro tanto, todas las agrupaciones con posibilidad de formar gobierno expresan la necesidad de renegociar los planes de ajuste con la troika (FMI, Banco Central Europeo y Unión Europea).  
Los EURO bonos, la independencia del Banco Central Europeo (independiente del pueblo, no de ideología), la obligación de reducir el déficit público a países que viven una depresión económica con secuelas sociales profundas, serán los temas que deberán resolver en pocas semanas. La situación de la periferia europea no “aguanta” un largo debate político para definir la fórmula del crecimiento. Paradójicamente, el debate se saldó bajo el monologo neoliberal y su fracaso fue comprobado en todo el globo. De todas maneras, hay que reconocer que los actuales conservadores europeos no cuentan con una herramienta fundamental e histórica para salir de la crisis actual: hoy no pueden empaquetar la crisis y mandarla a otras latitudes. Por tal razón, deben solucionarlo con reformas internas en cuanto al papel del Estado; decidir quién gobierna, si la política o la economía; y democratizar la Unión, no es posible que el presidente de Alemania dicte el destino de todos sin un respaldo democrático de toda Europa.
En las últimas elecciones en Francia, Italia y Grecia, se vió un ascenso de los partidos políticos anti-sistema, de ultraderecha y hasta neonazis. En otros, el mismo discurso comienza a posicionarse con una fuerza capaz de torcer el rumbo político de muchos países y, como consecuencia, de la Unión. A la crisis económica y financiera, se suman: la crisis ecológica, resultado de la forma de producción, distribución y consumo de bienes actuales; la crisis política, o la nula discusión de ideas y alternativas que no sean sólo el estallido social; la crisis de gobernabilidad, resumida en la miopía ideológica que transforma cualquier reacción social en algo imprevisible; la crisis social, mediante la destrucción del empleo que repercute en la vida de las familias, desintegración de lazos sociales, etc.
Hollande es, incluso para los conservadores europeos, la última carta para evitar que todo salte por el aire. Resta saber si son capaces de dar cuenta del escenario global. Es también la última esperanza que se permitirán quienes ya no aguantan más. Y esto no por un sustento ideológico que posea el socialista francés, más bien porque debe demostrar a propios y extraños que la política institucionalizada de hoy todavía permite transformaciones. Los partidos y el sistema político son sólo la institucionalización de las transformaciones políticas que viven, vivieron y vivirán, todas las sociedades humanas. Si no están a la altura de las circunstancias, si se muestran obsoletas o no canalizan las demandas, las sociedades siempre se las arreglan para decir basta. En la política interna deberá sustentarse en el apoyo popular, en el exterior cuenta con los países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) para transformar las reglas de juego.  
 
Pablo Llentilin

[1] www.actualidad.rt.com

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