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lunes, 31 de octubre de 2011

La fiebre de cultivos perturba África

La carrera internacional para explotar tierras fértiles en el continente amenaza el equilibrio en el reparto del agua y espolea protestas de comunidades campesinas

Madrid 30 OCT 2011 



La pugna para el acceso al petróleo, al gas y a los minerales es una fuerza subterránea que ha contribuido significativamente a plasmar el mundo moderno. En el siglo XXI, se hace cada vez más evidente que, para comprender las relaciones internacionales, a esos factores habrá que añadir otro: el acceso a tierras fértiles.

La carrera por el control de superficies cultivables está en pleno desarrollo. La poderosa subida de los precios de los alimentos ocurrida en 2007-2008 impulsó el fenómeno. Muchos gobiernos de países dependientes de las importaciones de alimentos se convencieron de la necesidad de reducir su vulnerabilidad comprando o alquilando tierra en otros países. En 2011, tras un par de años de relativa calma, los precios han estado constantemente por encima del pico de 2008, según el índice elaborado por la Organización para los Alimentos y la Agricultura de la ONU (FAO, por sus siglas en inglés). La fiebre de los cultivos sigue ardiendo y, según vaticinan los expertos, no hay visos de que vaya a remitir a corto y medio plazo.

África es el principal escenario de la carrera. La falta de transparencia de muchos acuerdos y la ausencia de fiables registros públicos en varios países impide perfilar estadísticas exhaustivas a escala global acerca del fenómeno. Pero los datos disponibles indican que este es de amplísimas proporciones, con contratos que cubren extensiones de miles de kilómetros cuadrados. Tan solo en Etiopia, Mozambique, Sudán y Liberia, unos 43.000 kilómetros cuadrados fueron vendidos o arrendados a inversores extranjeros entre 2004 y 2009, según datos oficiales recopilados por el Banco Mundial. Se trata de una superficie equivalente al territorio de Suiza. Si se tiene en cuenta que son muchos los países que —en África, pero también en otros continentes— viven experiencias similares, la magnitud del asunto es evidente.
El incremento de la población mundial, la dieta más rica de millones de personas en países emergentes y la creciente cantidad de cultivos destinados a biocombustibles explican la subida del precio de los alimentos y, en gran parte, la consiguiente búsqueda de tierras. Más allá de su dimensión económico-social, este empuje tiene implicaciones geopolíticas.
Una de ellas es el control del agua. “Estas grandes inversiones se sitúan en zonas con un acceso estratégico al agua”, comenta en conversación telefónica Michael Taylor, analista del International Land Coalition, una ONG que sigue de cerca el fenómeno. “Por ejemplo, varios países de las cuencas del Nilo y del Níger son grandes receptores de este flujo de inversiones. Muchos de los contratos firmados en estos países no regulan claramente la cuestión del uso del agua. La utilización del caudal del Nilo ya es motivo de tensión entre Egipto y otras naciones de la cuenca. Cuando todos estos proyectos estén en pleno funcionamiento, son de esperar crecientes extracciones de agua. Hay un alto potencial para que se generen conflictos". Unos 200 millones de personas vivían en la cuenca del Nilo en 2005, y la ONU estima que serán 330 millones en 2030.

Crece en varios países la frustración de campesinos y pastores expropiados
Malí, uno de los países por los que pasa el río Níger, vendió o alquiló unos 2.400 kilómetros cuadrados de tierra a extranjeros tan solo en 2010, según datos recopilados por el Oakland Institute. Más de 100 millones de personas viven en la cuenca del Níger.

Países que sufren escasez de agua —como Arabia Saudí, Catar o los Emiratos Árabes Unidos— figuran entre los mayores protagonistas de la carrera por la tierra. “Pero también hay otras clases de inversores: países como China o India, que tienen agua para cultivar pero temen que en el futuro su sector agrícola sea incapaz de abastecer a sus grandes poblaciones; y empresas de países occidentales, que quieren tierra para cultivar biocombustibles, o simplemente vender más en el mercado internacional”, observa Taylor. No faltan tampoco inversores que simplemente buscan refugio de las turbulencias del mercado financiero.

La pugna por el agua está detrás de muchas de las compras de tierra
La pugna del agua no es la única evidente consecuencia geoestratégica en este fenómeno. También tiene un potencial desestabilizador en la política de Estados en los que la tierra es una cuestión vital, el medio de subsistencia directa de grandes porcentajes de la población.

Disturbios y tensiones

Madagascar es un caso premonitor de lo que puede ocurrir. En 2009, el rechazo a un proyecto para conceder a la empresa surcoreana Daewoo la explotación de una superficie de 13.000 kilómetros cuadrados —aproximadamente la mitad de Bélgica— fue el catalizador de un profundo malestar social que estalló con unos tremendos disturbios que dejaron decenas de muertos. El Gobierno que asumió el poder tras los desórdenes tumbó inmediatamente el proyecto. La frustración de campesinos o pastores expropiados o despojados del derecho de acceso a las tierras ha creado ya tensiones en varios otros países.

Los defensores de esta clase de proyectos alegan que las inversiones permiten crear nuevas infraestructuras, puestos de trabajo y una mejora de la productividad agrícola. Los detractores alertan de que, en la mayor parte de los casos, suponen el desalojo de comunidades enteras, que la creación de puestos de trabajo es muy inferior al número de personas que han perdido su medio de vida, que la exportación de la producción de esos terrenos daña países con mercado alimentarios muy precarios. Varias ONG han denunciado en los últimos años numerosos atropellos a los derechos de las comunidades locales.

Para reducir esos riesgos, el Comité sobre la Seguridad Alimentaria está impulsando un código voluntario de conducta internacional. El comité celebró una sesión en Roma del 17 al 22 de octubre, pero no logró terminar las negociaciones. Olivier de Schutter, relator especial de la ONU sobre el derecho a la Alimentación, alertó de que “está en marcha una carrera entre los inversores [que quieren obtener más terrenos] y la comunidad internacional, que quiere regular este proceso para evitar que tenga consecuencias pavorosas”.

“La atmósfera en la negociación es constructiva”, señala en conversación telefónica Duncan Pruett, consultor de Oxfam que asistió a la sesión del CSA. “El problema es que incluso si se llegara a un acuerdo en los próximos meses, ese código voluntario no tocaría en todo caso los factores que impulsan el fenómeno”.

Esos siguen ahí. “Nuestros análisis sugieren que nos espera una fase de volatilidad del mercado de alimentos”, explica George Rapsomanikis, economista de la FAO. “Además, varios casos de restricciones a las exportaciones —como las de India y Vietnam sobre el arroz en 2008, y la de Rusia sobre cereales en 2010/2011— parecen haber reforzado el deseo de autosuficiencia. Hemos pasado de una era en la que se impulsaba un mercado abierto, a otra en la que cada uno quiere protegerse”. Históricamente, actitudes semejantes han terminado a menudo causando graves tormentas en las relaciones internacionales.
El País

lunes, 5 de septiembre de 2011

Adiós a nuestra soberanía alimentaria. Bienvenidos a la dictadura de Monsanto


Adiós a nuestra soberanía alimentaria. Bienvenidos a la dictadura de Monsanto

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choclo-en-plantaxx113 votos a favor fueron suficientes para que el Senado aprobara el Convenio Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales, UPOV 91, el cual significará la privatización de las semillas chilenas y el inicio de un proceso que convertirá a la transnacional Monsanto en la dueña de nuestras semillas, alimentos y agricultura.

El monstruo Monsanto
La norteamericana Monsanto posee el control del 90% de la semilla transgénica en el mundo y se agresiva política expansiva la ha llevado progresivamente a acercarse a su objetivo de controlar la cadena alimenticia mundial, acabando con la soberanía alimenticia de las naciones. Este proceso ha seguido en America Latina un patrón mas o menos común: Monsanto se hace con el control de las semillas nativas, las modifica genéticamente y las patenta; al poseer estas mayor resistencia y productividad que las semillas orgánicas, se convierten en la mejor opción para los agriculturas en un mercado marcado por la competencia y la necesidad de aumentar la eficiencia y la productividad. Pero, como las semillas transgénicas son de propiedad de Monsanto o de las empresas controladas por este, para acceder a ellas los campesinos deben firmar un contrato con la transnacional en donde les prohíben conservar las semillas, obligándolos a volverlas a comprar en la próxima siembra, y los obligan a comprar el herbicida Roundup. Como si no fuese poco, es casi inevitable que las semillas transgénicas se crucen con las naturales, generando una nueva semilla cuya paternidad también le pertenecerá a Monsanto.
Este mecanismo ha sido convertido en norma internacional a través del Convenio Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales (Convenio UPOV), impulsado por la Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales (UPOV) controlada por Monsanto, Syngenta, Dupont/Pioneer y Bayer, y respaldada por el Estado Chileno. El UPOV así le entrega a los dueños de las semillas un poder total sobre esta y sobre quienes deseen hacer uso de ella, contando con el derecho para fijar precios, discriminar compradores y lugares de siembra.
En Estados Unidos y Canadá, así como en otros países, las normas de Monsanto deben ser aplicadas al pie d la letra para no recibir castigos. Y es que no sólo la legislación favorece a la transnacional sino que también esta ha creado una Policía de Genes, encargada de verificar que los campesinos no reutilicen las semillas y no usen herbicidas alternativos al Roundup. En caso de que alguien burle las leyes de Monsanto, el juicio es inmediato y pueden terminar hasta con la expropiación de las tierras.
Los cómplices nacionales
La aprobación del UPOV 91 ha sido fruto de un intenso lobby realizado por Monsanto a través de sus aliados chilenos. En este camino dos de los principales protagonistas han sido Chile Bio y la Asociación Nacional de Productores de Semillas de Chile (Anpros). La primera pertenece a una red internacional manejada por Monsanto, Pioneer y otras empresas, y la segunda reúne Southern Seed Productions, semillas Pioneer Chile Ltda, semillas Tuniche Ltda, Agrícola Llahuen, Anasac (distribuidor y proveedor de Monsanto) y el mismo Monsanto, que posee centros de producción en la zona central del país principalmente.
El hombre encargado de llevar la voz de Monsanto ha sido Erik Von Baer, padre de Ena Von Baer (Ministra Secretaria General de Gobierno), y dueño de "Semillas Baer", la segunda empresa mas importante de Chile en el rubro. Baer ha pavimentado el camino para la privatización de las semillas, bajo el argumento de que esto convertirá al país en el sexto exportador de semillas en el mundo y de seguir los compromisos contraidos con Estados Unidos en el marco del TLC. Y el propio Barak Obama fue el encargado de cerrar el camino trazado por Baer en su última visita a Chile.
Pero Monsanto y sus secuaces no sólo se han movido en el ámbito del lobby. En Chile el Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA), dependiente del Ministerio de Agricultura, es el organismo encargado de manejar las semillas (el principal productor de semillas del país), desarrollando iniciativas para hacer las semillas más resistentes y guardando un gran catalogo y un enorme banco genético. Con la llegada de la derecha al gobierno y la ofensiva de Monsanto en los últimos meses el INIA se encuentra en peligro de desaparecer, como lo han denunciado sus propios trabajadores. Más de 100 despidos se han producido en los últimos meses y los sindicatos del INIA han interpuesto una querella contra el director del INIA, Guillermo Donoso, por estar desmantelando el organismo para favorecer a las grandes empresas semilleras, especialmente a Semillas Baer, y por haber entregado de manera ilícita un catálogo de semillas a Anasac, empresa ligada a Monsanto.
El UPOV 91 y el rechazo de los campesinos y las comunidades originarias
La aprobación del Upov 91 ha provocado un inmediato rechazo de parte de campesinos y comunidades originarias. En una carta enviada a la Comisión de Agricultura de la cámara de Diputados y del Senado, Anamuri, Ranquil, Olca, Chile Sustentable, entre otras organizaciones han sostenido que el UPOV 91 privatiza las semillas, obligando los agricultores a comprar semillas todos los años y permite la confiscación de la cosecha; no garantiza la calidad de semillas a la venta; otorga a las empresas semilleras poder para prohibir el ingreso de determinadas variedades al país; y las variedades comerciales que promueve el UPOV no son resistentes al cambio climático.
Por su parte, comunidades y organizaciones de los pueblos originarios, como la Corporación Aymara Jach-a Marka Aruel Consejo Nacional Aymara, la Alianza Territorial Mapuche, entre otros, han criticado al UPOV por permitir la privatización de plantas que han sido modificadas y trabajadas por las comunidades mediante técnicas ancestrales, constituyendo un patrimonio único ahora en peligro y violando el derecho de los agricultores a seleccionar, mejorar e intercambiar libremente las semillas.
Del lado de las organizaciones ambientales, la crítica es a los nocivos efectos de las semillas transgénicas en el medioambiente y la salud de las personas. Los principales dardos apuntan hacia el Roundup, pesticida de uso obligatorio para quienes compran semillas a Monsanto. Estudios científicos como los de Don M. Huber o los de la Universidad de Caen en Francia, demuestran como el uso de este plaguicida tiene efectos abortivos y de infertilidad directos en el ganado bovino, porcino y equino, impactando directamente en la producción de eche y carne.  También produce nocivos efectos en las personas, sobretodo en las mujeres agrícolas, las que presentan problemas de embarazo, abortos e hijos con malformaciones al trabajar en zonas con Roundup.
Gracias a nuestros parlamentarios, el país se entrega a Monsanto. Nuestras semillas, nuestras plantas, nuestras tierras, nuestra soberanía alimentaria ha sido vendida a la criminal transnacional siguiendo la línea trazada por este gobierno: la privatización completa del país y de nuestros derechos.

viernes, 8 de julio de 2011

Glencore, el mayor secreto sale a bolsa

06/07/2011

Glencore, el mayor secreto sale a bolsa

Es la mayor compañía de compraventa y producción de materias primas y alimentos del mundo. La opacidad es su política, y es considerada una de las empresas menos éticas

Día 06/07/2011 - 11.14h
Glencore, el mayor secreto sale a bolsa
Imaginen un país invisible, que no sale en los mapas, y que controla el 50% del mercado mundial de cobre. Que cuenta con un PIB de 145.000 millones de dólares, cercano al de Marruecos, por el que pasa el 10% del trigo global y casi el 25% de la cebada, el girasol y la colza de todo el mundo. Un ente sin fronteras que influye de forma notable sobre el precio de las materias primas y que aún así vive en el limbo de lo desconocido para la gran mayoría de la opinión pública. Ese país existe: se llama Glencore, y como tituló Reuters un reportaje sobre la empresa, se trata de «la gran compañía de la cual jamás ha oído hablar».
A imitación de la confidencialidad de los bancos helvéticos, la compañía se ha caracterizado desde su nacimiento por el hermetismo y la escasa aparición en los medios. Esta falta de publicidad no repercute en sus beneficios. Radicada en el paraíso fiscal de Zug (Suiza), Glencore tiene el honor de ser la mayor compañía de compraventa y producción de materias primas y alimentos del mundo. Sin embargo la empresa ha copado en las últimas semanas más titulares de lo habitual. Hace un mes el enorme tamaño de la empresa hizo tambalear el parqué londinense: la compañía protagonizó la mayor salida de la historia de la Bolsa de Londres al colocar un 20% de sus títulos en los mercados. Entonces comenzaron a desvelarse algunos de los detalles de una compañía infranqueable, empezando por sus dueños. El español Daniel Maté, desconocido poseedor de un 6% de las acciones de la compañía, se convertía en la cuarta mayor fortuna patria según «Forbes», con 2.500 millones de euros.
Muchos albergaron la esperanza de que la salida a Bolsa de la empresa conllevara un aumento de la transparencia sobre algunas de sus operaciones. Junto a su inmenso patrimonio, Glencore presume de contar con una variada lista de causas pendientes en todo el mundo, lo que le hizo merecedora en 2008 del «Public Eye Award», galardón que condecora a las empresas «con un comportamiento ecológico y social más nefasto». Después de que en agosto de 2010 Rusia cerrase sus exportaciones de grano, «Financial Times» publicó en abril de este año que Glencore había urgido públicamente al Gobierno ruso a que tomase dicha medida tras diversos movimientos de la compañía en el mercado que apostaban por un alza de los precios de los cereales. John Meyer, analista de materias primas de Fairfax, reconoce en declaraciones a Empresa que Glencore «siempre se ha caracterizado por conseguir negocios de alto riesgo, donde otros son incapaces de entrar».
 
Esta cualidad también ha entrañado consecuencias negativas para la empresa. Según Reuters, la filial colombiana de Glencore, Prodeco, fue multada con 700.000 dólares en 2009 por violaciones medioambientales. No han sido las únicas penalizaciones que ha recibido la empresa. Hace cuatro semanas, las acusaciones de evasión fiscal y contaminación del Gobierno de Zambia hacia las operaciones de Glencore en el país, motivaron la congelación de nuevos créditos para la compañía por parte del Banco Europeo de Inversiones (BEI), institución de crédito de la Unión Europea.
Almira Cemmell, activista de la ONG internacional Global Witness, resalta el hecho de que Glencore cotice en dos índices bursátiles, el de Londres y el de Hong Kong. Debido a las exigencias del Hong Kong Stock Exchange, Glencore deberá publicar todos los movimientos de capital entre Gobiernos extranjeros y la compañía, «lo que permitirá a los contribuyentes ver cuánto dinero reciben sus Gobiernos de Glencore, además de verificar que el dinero no se desvía a otras causas». Según Cemmell, «este aumento de transparencia en un sector tan turbio como el de las materias primas es una gran noticia, pero aún así debemos asegurarnos de que Glencore cumple estas condiciones». John Meyer, sin embargo, no cree que la empresa vaya a cambiar su política de transparencia con su début en el parqué.
En una época en la que el exsecretario de Defensa británico John Reid ya han alertado del riesgo de «guerras por los recursos», conseguir aumentar el control sobre aquellos que los controlan es todo un desafío. La semana pasada el G-20 acordó medidas para aumentar la transparencia de los países en los mercados de las materias primas. No así para las compañías agroalimentarias. Y a pesar de su tamaño, Glencore no es un país: es una empresa.



ABC