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lunes, 2 de mayo de 2011

Las revoluciones árabes acaban con la ideología y el discurso de Al Qaeda





Artículo de Jáled Harub publicado en el diario palestino Al Ayam traducido por Al Fanar Traductores


El efecto más importante de las revoluciones árabes pacíficas sobre la lógica y la ideología de Al Qaeda consiste en haber acabado con el recurso de la violencia totalmente y demostrar su incapacidad para producir un cambio interno en los crueles regímenes. Los pueblos árabes y musulmanes no necesitan organizaciones armadas ni violentas generadoras de los más altos niveles de terrorismo para hacer caer a regímenes que no quieren. La palabra clave que han aportado las revoluciones árabes pacíficas al diccionario del cambio político y social es «efectividad». Estas revoluciones que no se han apoyado en ningún tipo de armas ni en ninguna forma, por remota que sea, de violencia armada han sido «eficaces», han logrado todo lo que no habían conseguido el resto de medios de cambio. Los regímenes, confusos ante como responder ante estas revoluciones pacíficas, deseaban que éstas se inclinasen hacia la violencia para poder justificar el uso de sus aparatos sanguinarios de represión. Extremo que queda patente en el caso libio cuando el régimen abrió en los primeros días de la revuelta los arsenales de armas para la gente tuviese acceso a ellas. De esta forma las manifestaciones pacíficas de la revolución se convirtieron en un levantamiento armado que fue reprimido por medio de las armas y el ejército.

Aiman al Dawahiri específicamente, pero también otros de los ideólogos de la violencia de Al Qaeda, han asegurado una y otra vez que solo las revoluciones armadas tenían posibilidades de lograr sus objetivos. Por ello la violencia y las armas han sido el motor principal de la estrategia y la táctica de las organizaciones ligadas a Al Qaeda. Al margen de estos dos elementos no queda nada que se pueda calificar de ideas, alternativa, programa político o soluciones a los problemas del mundo islámico como conjunto o para alguno de sus países en particular. El uso de la violencia ha prolongado la vida de los regímenes, como ha sucedido ahora con el libio, pues la violencia proporciona una justificación para desplegar el ejército en la calle y reprimir al pueblo sin misericordia.

Estas reflexiones son parte de las conclusiones de un importante encuentro organizado la semana pasada por el Gulf Research Centre de la Universidad de Cambridge sobre «La yihad electrónica y sus discursos». También señalan que la clara confusión de las organizaciones de Al Qaeda a la hora de interactuar con las revoluciones árabes refleja cómo se han visto superadas por dichas revoluciones. Los lemas de las revoluciones árabes gravitan, y siguen haciéndolo, sobre la libertad, la dignidad y la participación política, sin ningún eslogan de ideología islamista. En este sentido, las revoluciones no solo han dejado atrás a las organizaciones violentas de Al Qaeda, sino también a las principales corrientes del islam político y sus eslóganes, especialmente aquel de «el islam es la solución». Amplios sectores de la juventud que han liderado estas revoluciones, y que son su columna vertebral ideológica, son las capas de jóvenes globalizados, conectados y abiertos al mundo que rechazan la lógica de Al Qaeda de que la regla de relación de los musulmanes con los no musulmanes es la guerra y el resto es la excepción.

La violencia de Al Qaeda se ha quedado sin justificación al haber sido desmontada por las revoluciones pacíficas poniendo al descubierto la fragilidad de una región basada en coyunturas sobre las que los regímenes se sustentan para utilizar la violencia contra sus pueblos, como es el caso de Libia o Yemen por poner un par de ejemplos. Las consecuencias del plan libio de transformar la revolución pacífica en una revuelta armada abre la puerta a todas las posibilidades. En este abanico se incluye los llamamientos de Al Qaeda a sus «seguidores» para que se apresuren a hacer acopio de armas y aprovechen el caos violento que ha creado el régimen criminal. Esto significaría que Libia se podría transformar en un segundo Iraq situado entre dos opciones, cada cual peor: el terrorismo de Al Qaeda o la intervención extranjera. En cualquier caso, la presencia de las armas en las calles en estas revoluciones tiene un claro perdedor: sus pueblos y sus aspiraciones, mientras que el mayor beneficiado son las organizaciones terroristas y el control occidental sobre la región. Hay que valorar el grado de independencia del dominio occidental que pueden lograr los países árabes: el máximo grado de soberanía en la toma de decisiones se alcanzará si triunfan las revoluciones pacíficas, por el contrario, los logros se nublarán si triunfa la revolución mediante los métodos violentos que propone Al Qaeda o mediante la petición de una intervención occidental.

El fracaso de la «era de Al Qaeda» y de sus estrategias violentas consiste en que se basan en la destrucción, el caos y el derramamiento de sangre como único resultado, sin que tenga ningún proyecto que llevar a término. La táctica por excelencia para reclutar miembros y enrolarlos en sus filas eran las armas y el discurso de la «yihad», la creación de un romanticismo falso en torno a las armas, vanagloriándolas y creando cánticos sobre ellas. El manejo de las armas, como usarlas y como perpetrar acciones son su principal misión sin tener un objetivo más amplio o más importante, o una estrategia convincente. Si analizamos el esfuerzo para crear ideas, dar con nuevos métodos vemos que solo se concentran en como colar explosivos o suicidas a bordo de aviones civiles y estrellarlos. De vez en cuando escuchamos noticias de que acciones fallidas de este tipo, cada vez se trata de un nuevo método o una táctica. Posiblemente hay dos explicaciones para esta fascinación absoluta por la utilización de aviones civiles. La primera es la obstinación por retar a las fuerzas de seguridad occidentales y los sistemas de seguridad de los aeropuertos, apuntándose puntos contra los servicios secretos occidentales, sin que tenga el tema ninguna relación con ninguna yihad aunque sea imaginaria. La batalla se ha convertido en una caricatura ridícula de un combate de lucha por puntos entre Al Qaeda y los servicios secretos, a expensas de los pueblos de la región, su futuro y sus vidas. La segunda explicación sería la fascinación por la imagen. A pesar de toda la penuria que ha caído sobre los musulmanes como resultado del terrorismo del 11-S, Al Qaeda y sus líderes siguen extasiados por los medios de comunicación y la capacidad dramática.

Todo lo anteriormente expuesto deja clara la ausencia de lógica en Al Qaeda y que solo les interesa el medio, pues carecen de objetivos o estrategia. Están obsesionados con la imagen y los medios de comunicación, sobre todo en su vertiente provocativa y violenta al más puro estilo hollywoodiense. Sobre este último aspecto, tal y como ha quedado reflejado en las ponencias del mencionado encuentro, hay una especie de pasión adolescente en Al Qaeda por los medios de comunicación, la imagen televisiva, los videos y las grabaciones. Está claro que tras esta pasión se esconde el éxito a la hora de reclutar y atraer a nuevos miembros para la organización. Pero este grado de obsesión por la imagen tiene su origen en la falta total de contenido.

Las revoluciones árabes pacíficas, a través de los vídeo e internet, han logrado marginar a Al Qaeda como referencia en el uso de la imagen. Las imágenes y los símbolos de las revueltas pacíficas han invadido la imaginación árabe y su estética, su capacidad de persuasión y su efectividad superan incuestionablemente los intentos de Al Qaeda en este campo, pasados y presentes.


Texto original en árabe:

domingo, 6 de junio de 2010

La responsabilidad de los líderes en la crisis europea

Por Hans-Jürgen Schlamp / Der Spiegel, derechos exclusivos para La Nación 
 
Europa “sufre un vacío de liderazgo en su hora de crisis”, dice Markus Ferber, jefe del grupo de la Unión Social-Cristiana en el Parlamento Europeo. Esto es especialmente evidente en Bruselas.

Viernes 4 de junio de 2010 | | Blog Columnistas 
 
Cuando las instituciones financieras del mundo capitalista occidental comenzaron a estremecerse en el otoño (del hemisferio norte) de 2008, algunas de ellas colapsando y arrastrando consigo a otras, el miedo irrumpió en los pasillos del poder. ¿Qué podía hacerse para evitar un derrumbe económico? Los ministros de Hacienda y los líderes mundiales se congregaron en cumbres de crisis, donde aplicaron parches curita a un sector financiero gravemente herido, utilizando miles de millones de dólares y euros de dinero de los contribuyentes y prometieron estabilizar por toda la eternidad al frágil sistema. Ha pasado más de un año desde entonces, pero no se ha hecho nada muy sustantivo.
Cuando los primeros estados se encontraron al borde de la bancarrota (Lituania, Estonia, Hungría y luego Grecia), los líderes donaron más y más miles de millones de dinero de los contribuyentes y recetaron remedios drásticos bajo la forma de estrictas medidas de austeridad, incluso para ellos mismos.
“Hicimos lo que era necesario”, dijo una aplomada Canciller alemana Angela Merkel en cada etapa de la crisis. Sus colegas asentían con satisfacción. Al mismo tiempo, la mayoría de ellos ni siquiera atisban si sus actividades han sido útiles o contraproducentes, o si han tenido algún efecto. “Me preocupa que muchos políticos creen que las cosas serán iguales después de la crisis a como eran antes de ella, cuando el mundo todavía estaba en orden”, dijo a un grupo de colaboradores Carsten Pillath, director general del Consejo Europeo, responsable por la política financiera. Pero Pillath, como muchos otros economistas, cree que eso es un gran error. “En el largo plazo, tendremos tasas lentas de crecimiento, mientras al mismo tiempo tendremos que limpiar los presupuestos sobreendeudados”, dijo. Sin embargo, para que Europa logre hacer eso necesita un “modelo macroeconómico”; en otras palabras, una meta que pueda brindar la base para decisiones de política económica. Pero el hecho es que los políticos ni siquiera están pensando en esto. Los hombres y mujeres elegidos para los altos cargos están sobre todo interesados en una cosa: ser reelegidos y conservar su poder. Todo lo demás es secundario.
Desolación
Si se mira en estos días el paisaje político, la imagen que se obtiene es en gran medida de desolación: los partidos políticos en Bélgica, Luxemburgo y Holanda, países básicos del proyecto europeo original, están atrapados en batallas interminables, crisis de gobierno y payasadas provincianas.
• En Europa Oriental (Hungría y Eslovaquia, por ejemplo), los partidos nacionalistas están alimentando los fuegos de la ira en sus propios países.
• En Grecia, el actual gobierno tiene problemas para lidiar con un legado heredado de sus predecesores. Durante décadas, tres familias se han turnado en gobernar al país, con sólo unas breves interrupciones de vez en cuando. El clan Papandreou del actual Primer Ministro es uno de ellos. Los manejos corruptos de su abuelo, quien dirigió una vez al país, son materia de leyenda. Y el pueblo de Grecia, ya fuera pasiva o activamente, se adaptó al sistema.
• La situación no es diferente en Italia: el país, uno de los miembros fundadores de la Unión Europea, se ha mantenido en un estado de negación política durante años. El pueblo italiano dormita frente a los programas de televisión del zar de los medios y Primer Ministro, Silvio Berlusconi, quien dedica tiempo completo a proteger a sus partidarios en el Parlamento con más y más leyes nuevas que los salven de procesos judiciales. Por su parte, los políticos de oposición se devoran entre sí por trivialidades.
Durante largo tiempo, el doble acto alemán-francés aseguró por lo menos una cantidad mínima de liderazgo y orientación en Europa. Pero esos días terminaron también hace rato. Considere, por ejemplo, las siguientes preguntas: ¿necesitamos una gobernabilidad económica europea? ¿Deberíamos prohibir los fondos de riesgo? ¿Cuán masivas deberían ser las medidas de austeridad que se están instaurando? ¿Necesita ser estimulada la economía de Europa?
Los gobiernos de Alemania y Francia están dando actualmente respuestas contradictorias a estas preguntas; o, peor, no están dando ninguna respuesta. Casi peor es el hecho de que los líderes de los países no sólo están muy distanciados en lo que respecta a las metas. Difieren también radicalmente en su estilo de hacer las cosas: Nicolas Sarkozy es un egomaníaco hiperactivo, mientras Angela Merkel es una taimada vacilante. No tiene sentido tratar de “esconder el hecho de que hay tensión entre Francia y Alemania”, escribió el senador francés Jean Bizet en un reciente ensayo para Le Monde; y es improbable que haya usado su pluma de una manera tan controversial sin discutirlo primero con Sarkozy, un estrecho aliado político.
La crisis de Europa no es un accidente causado por la economía globalizada. Es el resultado de un fracaso político:
¿Quién fue responsable de liberalizar los mercados financieros, y de celebrar ese hecho, hasta que prácticamente ningún control siguió siendo posible? ¿No fueron acaso los políticos: los conservadores por aquí, los izquierdistas por allá, y los liberales de mercado en todas partes?
¿Y no fueron los políticos los que aceptaron el hecho de que las economías de la zona del euro se estaban separando, diciéndole al mismo tiempo a la gente que eso no era malo?
¿Y quiénes fueron los que acumularon las gigantescas montañas de deudas, porque resultaba tan conveniente y porque les evitaba tener que hacer exigencias al electorado? ¿No fueron esos mismos políticos que hoy llaman a esta deuda la raíz de todos los males y que están tratando heroicamente de despejarla?
¿Y es el regreso a los intereses nacionales y el distanciamiento de la solidaridad europea, sólo para mantener contentos a los votantes de mente nacionalista y populista, realmente la vía para solucionar los problemas de Europa?
El enfermo continente necesita nuevos y mejores políticos. Pero ¿dónde los podríamos encontrar? No hay señales de un Obama europeo ni de nada que remotamente se le parezca.
A la gente se la está engañando con “tendencias de renacionalizaciones” y con políticas que son cada vez más provincianas, sostiene Manfred Weber, de la conservadora Unión Social-Cristiana alemana, partido hermano de la CDU de Angela Merkel, y jefe adjunto del Partido Popular del Parlamento Europeo. Hay personas “que piensan que pueden resolver mejor los problemas por su cuenta, en su propio país”, dice. Pero afirma que esa manera de pensar es incorrecta: “Sólo refuerza los prejuicios”. Su conclusión: “No hay suficientes europeos de verdad involucrados en la política”.
Europa está “sufriendo un vacío de liderazgo en su hora de crisis”, asegura Markus Ferber, jefe del grupo de la Unión Social-Cristiana en el Parlamento Europeo. Eso es especialmente evidente en Bruselas, centro de control de la Unión Europea. Es el lugar donde idealmente deberían producirse propuestas rápidas y decisivas para abordar la crisis, ensambladas de tal manera que protejan los intereses de los 27 estados miembros. Pero en el momento de la crisis más amenazadora desde la fundación del bloque, las personas a cargo del timón en Bruselas son figuras pálidas y débiles.
La Comisión Europea, a la que le gusta presentarse orgullosamente como guardián del Santo Grial, bajo la forma de los tratados europeos, y que se considera a sí misma como el centro del proyecto político del siglo, ha estado completamente fuera de foco cuando se trata de gestión de crisis. Primero, permaneció en silencio para no poner en peligro la reelección de su Presidente, José Manuel Barroso. Y una vez que fue confirmado en el cargo tras un prolongado punto muerto, ha sufrido tantas indignidades que los líderes de las capitales europeas importantes ya no lo pueden tomar en serio. Además, la ratificación del Tratado de Lisboa, el documento sucesor de la fracasada Constitución Europea, puso al Parlamento Europeo (que previamente era un sitio de conversación sin demasiado poder) en un pie en gran medida de igualdad con la Comisión. El Parlamento y el Consejo Europeo, que comprende a los jefes de Estado o de Gobierno de los 27 miembros de la UE, se han convertido de pronto en los polos del poder en Bruselas, dice el profesor Jörg Monar, del Colegio de Europa, una universidad conocida por adiestrar a futuros burócratas. Dice que la Comisión Europea “está quedando crecientemente aplastada” entre los dos.
Desayuno los lunes
El ex Primer Ministro belga Herman van Rompuy lo ha hecho hasta ahora todo para cambiar la situación de malestar en Bruselas. Fue elegido como el primer presidente permanente del Consejo Europeo y se suponía que brindaría más solidaridad europea a las reuniones de los líderes de la UE. Esa iniciativa se diluyó bastante. “Van Rompuy viajaba por el Asia cuando se realizaba la cumbre por la crisis en Bruselas”, se quejó Ferber, agregando que el presidente de la Comisión Europea, Barroso, estaba “dedicado a la cumbre UE-América Latina”.
Ahora, los impotentes quieren reagruparse. Van Rompuy anunció la creación de un “gabinete de crisis” que congregaría a “los principales actores y las principales instituciones”. Incluiría al presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, al presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, y naturalmente al mismo Van Rompuy. “Es hilarante”, dijo un asesor del gobierno en Berlín, como respuesta. Y dentro del Palacio del Eliseo, la residencia oficial de Sarkozy, la gente “se rió a gritos”, según conocedores. Desde entonces, Barroso y Van Rompuy han rebajado un poco su ambicioso plan. Ahora se reúnen al desayuno todos los lunes.
 La Nación

miércoles, 6 de enero de 2010

Juica: “Poder Judicial no se comportó a la altura” en dictadura

Recién nombrado nuevo presidente de la Corte Suprema admitió que tiene un juicio crítico sobre la actuación de magistrados durante el régimen de Augusto Pinochet.

Viernes 18 de diciembre de 2009 | Actualizada 12:50 | País
Juica: “Poder Judicial no se comportó a la altura” en dictadura
Foto: Poder Judicial

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    Milton Juica elegido nuevo presidente de la Suprema
Bajo la premisa de que la “justicia no estuvo a la altura” de las circunstancias durante la dictadura, el recién electo presidente de la Corte Suprema, Milton Juica, admitió las debilidades en ese período del Poder Judicial.
Tras ser aclamado por unanimidad por los integrantes del máximo tribunal, Juica no dudo en afirmar que “en la época de la dictadura el Poder Judicial no se comportó a la altura, especialmente la Corte Suprema” al tiempo en que añadió que esta frase corresponde a su visión personal de los hechos.
El magistrado que reemplazará a Urbano Marín, quien deja el puesto el próximo 6 de enero, detalló los magistrados de ese período “han tenido sus razones para haber actuado como lo hicieron y yo tengo, por supuesto y siempre lo he dicho, un juicio crítico respecto de la gestión que se hizo en ese momento respecto del tema de los derechos humanos”.
 Juica tuvo en sus manos investigaciones como la Operación Albania en que logró confesiones claves para develar este crimen.
El magistrado que se desempeña en la actualidad como ministro en la Tercera Sala, que ve temas civiles, se refirió superficialmente al caso del magistrado Alejandro Madrid suspendido momentáneamente del proceso por la muerte del ex presidente Eduardo Frei Montalva. Al respecto dijo “no quisiera entrar en hacer una apreciación respecto de un juicio que incluso se encuentra bajo el conocimiento de la Corte Suprema y nosotros somos muy respetuosos de no anticipar ningún juicio respecto de un proceso pendiente”.
 El ex vocero del máximo tribunal analizó también la independencia económica que ansía el Poder Judicial, panorama que dijo conversará con los representantes del Ejecutivo y Legislativo para analizar proyectos "emblemáticos" que otorgarán este beneficio y ayudarán al proceso de modernización de la justicia.