Por Hans-Jürgen Schlamp / Der Spiegel, derechos exclusivos para La Nación
Europa “sufre un vacío de liderazgo en su hora de crisis”, dice Markus Ferber, jefe del grupo de la Unión Social-Cristiana en el Parlamento Europeo. Esto es especialmente evidente en Bruselas.
La Nación
Viernes 4 de junio de 2010 | | Blog Columnistas
Cuando las instituciones financieras del mundo capitalista occidental comenzaron a estremecerse en el otoño (del hemisferio norte) de 2008, algunas de ellas colapsando y arrastrando consigo a otras, el miedo irrumpió en los pasillos del poder. ¿Qué podía hacerse para evitar un derrumbe económico? Los ministros de Hacienda y los líderes mundiales se congregaron en cumbres de crisis, donde aplicaron parches curita a un sector financiero gravemente herido, utilizando miles de millones de dólares y euros de dinero de los contribuyentes y prometieron estabilizar por toda la eternidad al frágil sistema. Ha pasado más de un año desde entonces, pero no se ha hecho nada muy sustantivo.
Cuando los primeros estados se encontraron al borde de la bancarrota (Lituania, Estonia, Hungría y luego Grecia), los líderes donaron más y más miles de millones de dinero de los contribuyentes y recetaron remedios drásticos bajo la forma de estrictas medidas de austeridad, incluso para ellos mismos.
“Hicimos lo que era necesario”, dijo una aplomada Canciller alemana Angela Merkel en cada etapa de la crisis. Sus colegas asentían con satisfacción. Al mismo tiempo, la mayoría de ellos ni siquiera atisban si sus actividades han sido útiles o contraproducentes, o si han tenido algún efecto. “Me preocupa que muchos políticos creen que las cosas serán iguales después de la crisis a como eran antes de ella, cuando el mundo todavía estaba en orden”, dijo a un grupo de colaboradores Carsten Pillath, director general del Consejo Europeo, responsable por la política financiera. Pero Pillath, como muchos otros economistas, cree que eso es un gran error. “En el largo plazo, tendremos tasas lentas de crecimiento, mientras al mismo tiempo tendremos que limpiar los presupuestos sobreendeudados”, dijo. Sin embargo, para que Europa logre hacer eso necesita un “modelo macroeconómico”; en otras palabras, una meta que pueda brindar la base para decisiones de política económica. Pero el hecho es que los políticos ni siquiera están pensando en esto. Los hombres y mujeres elegidos para los altos cargos están sobre todo interesados en una cosa: ser reelegidos y conservar su poder. Todo lo demás es secundario.
• En Europa Oriental (Hungría y Eslovaquia, por ejemplo), los partidos nacionalistas están alimentando los fuegos de la ira en sus propios países.
• En Grecia, el actual gobierno tiene problemas para lidiar con un legado heredado de sus predecesores. Durante décadas, tres familias se han turnado en gobernar al país, con sólo unas breves interrupciones de vez en cuando. El clan Papandreou del actual Primer Ministro es uno de ellos. Los manejos corruptos de su abuelo, quien dirigió una vez al país, son materia de leyenda. Y el pueblo de Grecia, ya fuera pasiva o activamente, se adaptó al sistema.
• La situación no es diferente en Italia: el país, uno de los miembros fundadores de la Unión Europea, se ha mantenido en un estado de negación política durante años. El pueblo italiano dormita frente a los programas de televisión del zar de los medios y Primer Ministro, Silvio Berlusconi, quien dedica tiempo completo a proteger a sus partidarios en el Parlamento con más y más leyes nuevas que los salven de procesos judiciales. Por su parte, los políticos de oposición se devoran entre sí por trivialidades.
Durante largo tiempo, el doble acto alemán-francés aseguró por lo menos una cantidad mínima de liderazgo y orientación en Europa. Pero esos días terminaron también hace rato. Considere, por ejemplo, las siguientes preguntas: ¿necesitamos una gobernabilidad económica europea? ¿Deberíamos prohibir los fondos de riesgo? ¿Cuán masivas deberían ser las medidas de austeridad que se están instaurando? ¿Necesita ser estimulada la economía de Europa?
Los gobiernos de Alemania y Francia están dando actualmente respuestas contradictorias a estas preguntas; o, peor, no están dando ninguna respuesta. Casi peor es el hecho de que los líderes de los países no sólo están muy distanciados en lo que respecta a las metas. Difieren también radicalmente en su estilo de hacer las cosas: Nicolas Sarkozy es un egomaníaco hiperactivo, mientras Angela Merkel es una taimada vacilante. No tiene sentido tratar de “esconder el hecho de que hay tensión entre Francia y Alemania”, escribió el senador francés Jean Bizet en un reciente ensayo para Le Monde; y es improbable que haya usado su pluma de una manera tan controversial sin discutirlo primero con Sarkozy, un estrecho aliado político.
La crisis de Europa no es un accidente causado por la economía globalizada. Es el resultado de un fracaso político:
¿Quién fue responsable de liberalizar los mercados financieros, y de celebrar ese hecho, hasta que prácticamente ningún control siguió siendo posible? ¿No fueron acaso los políticos: los conservadores por aquí, los izquierdistas por allá, y los liberales de mercado en todas partes?
¿Y no fueron los políticos los que aceptaron el hecho de que las economías de la zona del euro se estaban separando, diciéndole al mismo tiempo a la gente que eso no era malo?
¿Y quiénes fueron los que acumularon las gigantescas montañas de deudas, porque resultaba tan conveniente y porque les evitaba tener que hacer exigencias al electorado? ¿No fueron esos mismos políticos que hoy llaman a esta deuda la raíz de todos los males y que están tratando heroicamente de despejarla?
¿Y es el regreso a los intereses nacionales y el distanciamiento de la solidaridad europea, sólo para mantener contentos a los votantes de mente nacionalista y populista, realmente la vía para solucionar los problemas de Europa?
El enfermo continente necesita nuevos y mejores políticos. Pero ¿dónde los podríamos encontrar? No hay señales de un Obama europeo ni de nada que remotamente se le parezca.
A la gente se la está engañando con “tendencias de renacionalizaciones” y con políticas que son cada vez más provincianas, sostiene Manfred Weber, de la conservadora Unión Social-Cristiana alemana, partido hermano de la CDU de Angela Merkel, y jefe adjunto del Partido Popular del Parlamento Europeo. Hay personas “que piensan que pueden resolver mejor los problemas por su cuenta, en su propio país”, dice. Pero afirma que esa manera de pensar es incorrecta: “Sólo refuerza los prejuicios”. Su conclusión: “No hay suficientes europeos de verdad involucrados en la política”.
Europa está “sufriendo un vacío de liderazgo en su hora de crisis”, asegura Markus Ferber, jefe del grupo de la Unión Social-Cristiana en el Parlamento Europeo. Eso es especialmente evidente en Bruselas, centro de control de la Unión Europea. Es el lugar donde idealmente deberían producirse propuestas rápidas y decisivas para abordar la crisis, ensambladas de tal manera que protejan los intereses de los 27 estados miembros. Pero en el momento de la crisis más amenazadora desde la fundación del bloque, las personas a cargo del timón en Bruselas son figuras pálidas y débiles.
La Comisión Europea, a la que le gusta presentarse orgullosamente como guardián del Santo Grial, bajo la forma de los tratados europeos, y que se considera a sí misma como el centro del proyecto político del siglo, ha estado completamente fuera de foco cuando se trata de gestión de crisis. Primero, permaneció en silencio para no poner en peligro la reelección de su Presidente, José Manuel Barroso. Y una vez que fue confirmado en el cargo tras un prolongado punto muerto, ha sufrido tantas indignidades que los líderes de las capitales europeas importantes ya no lo pueden tomar en serio. Además, la ratificación del Tratado de Lisboa, el documento sucesor de la fracasada Constitución Europea, puso al Parlamento Europeo (que previamente era un sitio de conversación sin demasiado poder) en un pie en gran medida de igualdad con la Comisión. El Parlamento y el Consejo Europeo, que comprende a los jefes de Estado o de Gobierno de los 27 miembros de la UE, se han convertido de pronto en los polos del poder en Bruselas, dice el profesor Jörg Monar, del Colegio de Europa, una universidad conocida por adiestrar a futuros burócratas. Dice que la Comisión Europea “está quedando crecientemente aplastada” entre los dos.
Ahora, los impotentes quieren reagruparse. Van Rompuy anunció la creación de un “gabinete de crisis” que congregaría a “los principales actores y las principales instituciones”. Incluiría al presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, al presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, y naturalmente al mismo Van Rompuy. “Es hilarante”, dijo un asesor del gobierno en Berlín, como respuesta. Y dentro del Palacio del Eliseo, la residencia oficial de Sarkozy, la gente “se rió a gritos”, según conocedores. Desde entonces, Barroso y Van Rompuy han rebajado un poco su ambicioso plan. Ahora se reúnen al desayuno todos los lunes.
Cuando los primeros estados se encontraron al borde de la bancarrota (Lituania, Estonia, Hungría y luego Grecia), los líderes donaron más y más miles de millones de dinero de los contribuyentes y recetaron remedios drásticos bajo la forma de estrictas medidas de austeridad, incluso para ellos mismos.
“Hicimos lo que era necesario”, dijo una aplomada Canciller alemana Angela Merkel en cada etapa de la crisis. Sus colegas asentían con satisfacción. Al mismo tiempo, la mayoría de ellos ni siquiera atisban si sus actividades han sido útiles o contraproducentes, o si han tenido algún efecto. “Me preocupa que muchos políticos creen que las cosas serán iguales después de la crisis a como eran antes de ella, cuando el mundo todavía estaba en orden”, dijo a un grupo de colaboradores Carsten Pillath, director general del Consejo Europeo, responsable por la política financiera. Pero Pillath, como muchos otros economistas, cree que eso es un gran error. “En el largo plazo, tendremos tasas lentas de crecimiento, mientras al mismo tiempo tendremos que limpiar los presupuestos sobreendeudados”, dijo. Sin embargo, para que Europa logre hacer eso necesita un “modelo macroeconómico”; en otras palabras, una meta que pueda brindar la base para decisiones de política económica. Pero el hecho es que los políticos ni siquiera están pensando en esto. Los hombres y mujeres elegidos para los altos cargos están sobre todo interesados en una cosa: ser reelegidos y conservar su poder. Todo lo demás es secundario.
Desolación
Si se mira en estos días el paisaje político, la imagen que se obtiene es en gran medida de desolación: los partidos políticos en Bélgica, Luxemburgo y Holanda, países básicos del proyecto europeo original, están atrapados en batallas interminables, crisis de gobierno y payasadas provincianas.• En Europa Oriental (Hungría y Eslovaquia, por ejemplo), los partidos nacionalistas están alimentando los fuegos de la ira en sus propios países.
• En Grecia, el actual gobierno tiene problemas para lidiar con un legado heredado de sus predecesores. Durante décadas, tres familias se han turnado en gobernar al país, con sólo unas breves interrupciones de vez en cuando. El clan Papandreou del actual Primer Ministro es uno de ellos. Los manejos corruptos de su abuelo, quien dirigió una vez al país, son materia de leyenda. Y el pueblo de Grecia, ya fuera pasiva o activamente, se adaptó al sistema.
• La situación no es diferente en Italia: el país, uno de los miembros fundadores de la Unión Europea, se ha mantenido en un estado de negación política durante años. El pueblo italiano dormita frente a los programas de televisión del zar de los medios y Primer Ministro, Silvio Berlusconi, quien dedica tiempo completo a proteger a sus partidarios en el Parlamento con más y más leyes nuevas que los salven de procesos judiciales. Por su parte, los políticos de oposición se devoran entre sí por trivialidades.
Durante largo tiempo, el doble acto alemán-francés aseguró por lo menos una cantidad mínima de liderazgo y orientación en Europa. Pero esos días terminaron también hace rato. Considere, por ejemplo, las siguientes preguntas: ¿necesitamos una gobernabilidad económica europea? ¿Deberíamos prohibir los fondos de riesgo? ¿Cuán masivas deberían ser las medidas de austeridad que se están instaurando? ¿Necesita ser estimulada la economía de Europa?
Los gobiernos de Alemania y Francia están dando actualmente respuestas contradictorias a estas preguntas; o, peor, no están dando ninguna respuesta. Casi peor es el hecho de que los líderes de los países no sólo están muy distanciados en lo que respecta a las metas. Difieren también radicalmente en su estilo de hacer las cosas: Nicolas Sarkozy es un egomaníaco hiperactivo, mientras Angela Merkel es una taimada vacilante. No tiene sentido tratar de “esconder el hecho de que hay tensión entre Francia y Alemania”, escribió el senador francés Jean Bizet en un reciente ensayo para Le Monde; y es improbable que haya usado su pluma de una manera tan controversial sin discutirlo primero con Sarkozy, un estrecho aliado político.
La crisis de Europa no es un accidente causado por la economía globalizada. Es el resultado de un fracaso político:
¿Quién fue responsable de liberalizar los mercados financieros, y de celebrar ese hecho, hasta que prácticamente ningún control siguió siendo posible? ¿No fueron acaso los políticos: los conservadores por aquí, los izquierdistas por allá, y los liberales de mercado en todas partes?
¿Y no fueron los políticos los que aceptaron el hecho de que las economías de la zona del euro se estaban separando, diciéndole al mismo tiempo a la gente que eso no era malo?
¿Y quiénes fueron los que acumularon las gigantescas montañas de deudas, porque resultaba tan conveniente y porque les evitaba tener que hacer exigencias al electorado? ¿No fueron esos mismos políticos que hoy llaman a esta deuda la raíz de todos los males y que están tratando heroicamente de despejarla?
¿Y es el regreso a los intereses nacionales y el distanciamiento de la solidaridad europea, sólo para mantener contentos a los votantes de mente nacionalista y populista, realmente la vía para solucionar los problemas de Europa?
El enfermo continente necesita nuevos y mejores políticos. Pero ¿dónde los podríamos encontrar? No hay señales de un Obama europeo ni de nada que remotamente se le parezca.
A la gente se la está engañando con “tendencias de renacionalizaciones” y con políticas que son cada vez más provincianas, sostiene Manfred Weber, de la conservadora Unión Social-Cristiana alemana, partido hermano de la CDU de Angela Merkel, y jefe adjunto del Partido Popular del Parlamento Europeo. Hay personas “que piensan que pueden resolver mejor los problemas por su cuenta, en su propio país”, dice. Pero afirma que esa manera de pensar es incorrecta: “Sólo refuerza los prejuicios”. Su conclusión: “No hay suficientes europeos de verdad involucrados en la política”.
Europa está “sufriendo un vacío de liderazgo en su hora de crisis”, asegura Markus Ferber, jefe del grupo de la Unión Social-Cristiana en el Parlamento Europeo. Eso es especialmente evidente en Bruselas, centro de control de la Unión Europea. Es el lugar donde idealmente deberían producirse propuestas rápidas y decisivas para abordar la crisis, ensambladas de tal manera que protejan los intereses de los 27 estados miembros. Pero en el momento de la crisis más amenazadora desde la fundación del bloque, las personas a cargo del timón en Bruselas son figuras pálidas y débiles.
La Comisión Europea, a la que le gusta presentarse orgullosamente como guardián del Santo Grial, bajo la forma de los tratados europeos, y que se considera a sí misma como el centro del proyecto político del siglo, ha estado completamente fuera de foco cuando se trata de gestión de crisis. Primero, permaneció en silencio para no poner en peligro la reelección de su Presidente, José Manuel Barroso. Y una vez que fue confirmado en el cargo tras un prolongado punto muerto, ha sufrido tantas indignidades que los líderes de las capitales europeas importantes ya no lo pueden tomar en serio. Además, la ratificación del Tratado de Lisboa, el documento sucesor de la fracasada Constitución Europea, puso al Parlamento Europeo (que previamente era un sitio de conversación sin demasiado poder) en un pie en gran medida de igualdad con la Comisión. El Parlamento y el Consejo Europeo, que comprende a los jefes de Estado o de Gobierno de los 27 miembros de la UE, se han convertido de pronto en los polos del poder en Bruselas, dice el profesor Jörg Monar, del Colegio de Europa, una universidad conocida por adiestrar a futuros burócratas. Dice que la Comisión Europea “está quedando crecientemente aplastada” entre los dos.
Desayuno los lunes
El ex Primer Ministro belga Herman van Rompuy lo ha hecho hasta ahora todo para cambiar la situación de malestar en Bruselas. Fue elegido como el primer presidente permanente del Consejo Europeo y se suponía que brindaría más solidaridad europea a las reuniones de los líderes de la UE. Esa iniciativa se diluyó bastante. “Van Rompuy viajaba por el Asia cuando se realizaba la cumbre por la crisis en Bruselas”, se quejó Ferber, agregando que el presidente de la Comisión Europea, Barroso, estaba “dedicado a la cumbre UE-América Latina”.Ahora, los impotentes quieren reagruparse. Van Rompuy anunció la creación de un “gabinete de crisis” que congregaría a “los principales actores y las principales instituciones”. Incluiría al presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, al presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, y naturalmente al mismo Van Rompuy. “Es hilarante”, dijo un asesor del gobierno en Berlín, como respuesta. Y dentro del Palacio del Eliseo, la residencia oficial de Sarkozy, la gente “se rió a gritos”, según conocedores. Desde entonces, Barroso y Van Rompuy han rebajado un poco su ambicioso plan. Ahora se reúnen al desayuno todos los lunes.
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