Iohannes Maurus: Ni satisfechos ni estúpidos: la intervención militar occidental en Libia y las perplejidades de la izquierda
Las revoluciones árabes habían empezado demasiado bien. Dos déspotas añejos como Ben Alí y Mubarak cayeron rápidamente, como frutas maduras o, más bien podridas, cuando sus ejércitos, viendo crecer la presión popular, prefirieron evitar un baño de sangre e intentar conservar una posición de control y tutela sobre la transformación democrática. Pareció por un momento que la palabra mágica "dégage" ("lárgate" o "ábrete", en el francés coloquial de la juventud postcolonial) hubiera hecho huir a los dictadores. La fórmula pareció buena y fue extendiéndose por el mundo árabe: Yemen, Bahrein, Jordania, Siria e incluso Argelia y Marruecos. Sin olvidar Iraq.
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